Better Call Saul y el arte del chamuyo

Matias Ojeda estudiante de periodismo de la Universidad Nacional de Avellaneda

Nota sin spoilers

Hay un chiste, bastante original, por cierto, que va así; “Cuando una persona ayuda a un criminal antes de cometer un crimen, la llamamos cómplice. Si la ayuda después de haber violado la ley, la llamamos abogado”. Better Call Saul (Mejor Llamen a Saul), respeta la cita a rajatabla. Se trata de un spin-off de una serie reconocida a nivel global como lo fue Breaking Bad. La primera complementa a la segunda de la misma forma que una cereza sobre un pastel, son ingredientes que en conjunto forman un buen postre.  

Y para quien no sepa, o, a lo mejor, necesite una pancarta en este restaurante televisivo de series que la vienen rompiendo, hay algo así como un menú deluxe. En él hay platos como The Wire, Los Soprano, Game Of Thrones, Mad Men, e incluso podría sumar a la reciente Mindhunter. Sin embargo, si por algo destaca Better Call Saul entre las ya mencionadas, es porque que viene a cumplir el papel de una “versión extendida”. Vale recordar que, para muchos, Breaking Bad rompió las normas televisivas de más de una manera y dejó un regusto lo bastante peculiar en pos de querer más.  Vince Gilligan -el genio detrás de esto- opinó lo mismo, aunque, si se me permite la expresión, prefirió relamerse un poco las neuronas en un acto de autosatisfacción cerebral, y, así, parir la historia de un fracasado que quiere abrirse paso en el mundo de la abogacía. 

Jimmy Mcgill, interpretado con maestría por Bob Odenkirk, no podría estar más cerca de la noción que tenemos los argentinos, y referido con amor en nuestro lunfardo, de un chamuyero. También podríamos tildarlo de “vende humo” aunque, sin entrar en spoilers, esto va adquiriendo relevancia a medida que pasan los episodios. Jimmy es un tipo que cae bien de buenas a primeras, sabe qué decir, cuándo decirlo, cómo decirlo, y dónde decirlo. Su carisma envuelve desde profesionales hasta transeúntes. ¿Su objetivo? Bueno, digamos que ahí recae el problema. Jimmy no es un pibe, Jimmy no tiene pareja, Jimmy no tiene casa, Jimmy no tiene trabajo, y el pobre Jimmy ni siquiera tiene título. Vive como un parásito pegoteado a la sombra de su hermano Chuck. 

Chuck, por otro lado, es lo opuesto a Jimmy. Un intelectual, de talante serio, poco hablador, y lo bastante genial para ser considerado, en simples palabras, el mejor abogado de Albuquerque. Eso sí, con sus grises, ambos hermanos presentan esta balanza del ying y el yang que diferencia lo correcto y lo incorrecto en una atmósfera tragicómica, de justificado humor negro. 

Estas son las bases en las que se cimienta Better Call Saul. No sólo a nivel de arco de personajes, sino, además, en la construcción de un argumento que suma desde dealers pasando por jefes narcos, hasta llegar a tipos de las más altas esferas del poder. Y todo adobado en un espacio desértico, pegado a México, como lo es Albuquerque. Entre terrenos baldíos, llanuras extensas, y grillos, muchos grillos, es que la serie adquiere un lenguaje que pronto a uno se le vuelve familiar. 

Vince Gilligan vuelve a apretar el acelerador con esos cliffhanger que en Breaking Bad dejaron a más de uno boquiabierto, aunque sin la presencia de Walter White ni de Jesse Pinkman, ya que los eventos de Better Call Saul transcurren unos seis años antes. La serie sabe labrar personajes propios que funcionan bien como Kim, la figura femenina de turno. También suma a otros que resultan entrañables, a modo de ejemplo, Mike, de quien, sin una pizca de pérdida, veremos más sobre su pasado e inicios en el crimen. Tampoco hay que dejar de lado esa especie de morbosidad que plantea cómo un don nadie a lo Jimmy Mcgill logra convertirse en el grandioso Saul Goodman. 

 A la fecha la serie consta de cuatro temporadas, la quinta anunciada para el 20 de febrero de este año, y ya roza el mismo nivel de perfección que su antecesora. Es posible que de acá a un tiempo hablemos de Better Call Saul con el mismo encanto que Breaking Bad. Una magia de las secuelas, al mejor estilo de Francis Ford Coppola con el Padrino II, o que James Cameron con Terminator II. En este caso, la diferencia radica en el formato, el televisivo, el streaming, quien corta las raíces de lo que conocíamos y nos brinda un metaverso peculiar. 

Better Call Saul deja una lección dura e injusta, pero aplicable a la realidad, y es que, en un mundo regido por morales y éticas, quien triunfa, a veces, es aquel que se salta las normas. El tipo de los atajos. Ése de quien no se espera nada, pero cuya ingenuidad es lo bastante coherente para llegar a donde nadie. Es el arte del chamuyo. Al fin y al cabo, si tenes un problema, mejor llámalo a Saúl.