Este fin de semana no fue uno más para muchos jóvenes y preadolescentes que vivieron la experiencia de graduarse bajo una crisis sanitaria.
Por Matias Varas
Este año sin dudas no fue un año más, cuando el calendario marcaba Enero nos reíamos de un mes que nos parecía “Largo”, como si sus días se alargaba para disfrutar los pocos instantes de una vida normal y sin restricciones a la libertad que sería tajada por un virus que nos parecía lejano y ajeno pero que de a poco desde la otra punta del mundo empezó a circular entre nosotros.
Llegamos al final del 2020 y como cada final de año siempre se hace un balance de cómo nos resultó pero es difícil mencionar el 2020 y no retroceder a aquel mes de marzo donde la palabra “coronavirus” ya estaba retumbando no solo en los medios de comunicación del país sino que también en los labios de nuestros vecinos.
Las clases ya habían comenzado apenas unos días antes de que se dictaran el “Aislamiento social preventivo y obligatorio”. Las escuelas se cerraron pero no se podría dimensionar que se llegaría a diciembre con los colegios sin abrir sus puertas durante el año.
Llegó la segunda semana de diciembre, un mes donde siempre se inunda las redes sociales de fotos de los nuevos graduados, pero es imposible observar esas imágenes y pensar que esos egresados son los mismos que en promociones anteriores porque en definitiva no lo son, son graduados de la desigualdad.
Miles de diplomas fueron entregados al aire libre, ya sea dentro del establecimiento o en una plaza cercana al colegio, a estudiantes que vivieron su último año de secundaria o primaria en medio de una pandemia que los mantuvo alejados de la cotidianidad del aula.
Un año sin clases presenciales significó un año donde las desigualdades se hizo sentir. Quien disfrutaba de conectividad a internet, quien disponía de dispositivos electrónicos para acceder a los contenidos, quien tenía su desayuno-almuerzo transitaba una realidad distinta a la de aquellos que no tenían esa posibilidad.
Si bien desde el Estado se buscó formas de facilitarle el acceso a aquellas personas, no fue suficiente y aunque lo haya podido ser el colegio no es solo estudiar sino también socializar cosa que la promoción 2020 no pudo hacer.
En medio de esta pandemia sobrevino una crisis económica en muchas familias y junto a ella mucha inconformidad parental frente a contenidos pedagógicos que unidas le privó al estudiante acceder al conocimiento. Estudiantes que en muchos casos se vieron obligados en apoyar a sus padres en los ingresos familiares para solventar los gastos básicos.
Es inimaginable observar los obstáculos que hay detrás de esa fotografía, si las puertas de las escuela no abren, si la campana no suena ¡Como se podría estudiar! ¿Cómo estudiar sin un acceso universal a internet? ¿Cómo estudiar si se vive hacinados?
Son graduados de la desigualdad porque no solo sortearon obstáculos habitués de todos los estudiantes, sino que se vieron obligados a estudiar en una “nueva normalidad”, a través de pantallas sin las charlas, las risas, el bullicio, el siempre satisfactorio ruido de la campana que marca el final de otro dia en la escuela.
Con las escuelas abiertas se genera una igualdad entre los estudiantes, ya sea mediante uniforme o guardapolvo son todos alumnos que se identifican de la misma manera, que escuchan a un profesor en el mismo espacio y tiempo. Mientras que con las escuelas cerradas esa igualdad se rompe y florecen las desigualdades entre aquel que tiene la manera de conectarse a la clase y aquel que debe sortear obstáculos para obtener esos contenidos por no poseer las herramientas necesarias para unirse al aula virtual.
Para el 2021 aún no hay certezas de si las clases serán presenciales, semipresencial o de nuevo virtual, ni los protocolos a utilizar. Pero si hay algo que con certeza se debe buscar y eso es la manera llegar a los estudiantes sin la posibilidad de acceder a los contenidos mediante la conectividad.