Milei, el liberal

Reflexiones en torno al rol del Estado

Por Maximiliano Peluso

Hace tiempo que quería escribir sobre las ideas y la figura de Javier Milei. Estos días, estuvo circulando su película, que recoge algunas de sus posturas del libro que editó recientemente, “pandenomics”, y creo que es una buena oportunidad para hacerlo.

Con un estilo histriónico y una estética medio ciberpunk, este economista, hoy devenido en candidato a diputado, ha empezado a agitar las aguas sobre un debate que considero no menor, el rol del estado en la Argentina. Si bien mi postura está algo alejada, en lo general, de sus ideales, no por eso deja de ser interesante debatir con alguien que, por más que le pese a cualquiera, esta comenzando a problematizar cuestiones que, espantan a la militancia oficialista, y dividen a la militancia opositora.

No es menor, que también sus ideas están calando en un sector de la juventud, y si bien esto no quiere decir que se traslade automáticamente a votos, si es importante señalar que los marcos de referencia, acerca de lo que debe ser el Estado, empiezan a cobrar fuerza en un sector de la sociedad, lo que hace necesario ampliar, hacia dentro de los que pensamos desde el otro extremo de las ideas, que tipo de estado queremos y porqué.

Las ideas de Javier no son nuevas, y el avance de las mismas tampoco. Allá por la década del 80´ los países anglosajones como el Reino Unido, Nueva Zelanda, Estados Unidos, Canadá y en menor medida Alemania y Francia, empezaron a sentir una fuerte crisis de su estado de bienestar, lo que llevó a replantearse una serie de reformas bajo lo que se conoció como el “Consenso de Washington”.

Los países que más avanzaron con estas reformas fueron aquéllos que se encontraban bajo gobiernos conservadores como el de Margaret Thatcher en el Reino Unido, y Ronald Reagan en EE.UU. El paradigma del cambio pudo llevarse a cabo por dos razones fundamentales: la falta de confianza de la ciudadanía en las capacidades del estado para resolver sus problemas y el enorme costo fiscal que les suponía a estos países, en un momento en que se estaba dando un giro hacia la globalización en los países centrales.

Estas dos razones, que podrían funcionar a modo de tesis, no son mías, sino que recorren la basta literatura acerca de las reformas del estado, tanto en Argentina, como en el resto del mundo. Ahora bien, el núcleo de estas transformaciones que se dieron en los países anglosajones, y llegaron luego al país en los 90´ tuvo algunos ejes fundamentales: la privatización de una parte del estado, es decir, funciones tradicionalmente asociadas a la esfera estatal pasaron a la órbita privada, como por ejemplo, los servicios públicos; la mejora de la gestión del estado en términos de eficacia y eficiencia, nuevamente, la mejora en los servicios públicos fue la punta de lanza de estas reformas; y la reducción, profesionalización y alineamiento de una burocracia, que en esos países se encontraba por fuera del dominio de la decisión política, teniendo en cuenta que, en esos países, se encontraba, y aún se encuentra, una burocracia al estilo weberiano.

Minimizar el estado, hacerlo más eficiente, generar capacidades gerenciales en las decisiones políticas, y acercarlo al ciudadano (este último punto también es importante, porque se uso la participación como excusa de las reformas en función de lograr mayor “democracia”) exigieron la creación de herramientas ad hoc, entre ellas lo que se conoció como New Public Managment y, en el caso de Estados Unidos, la adopción de la Total Quality. Es decir, concretamente, se incorporaron formas de gestión de lo público provenientes del mercado, sin contemplar, como señalan muchos autores, que los objetivos de uno y otro son distintos.

En la Argentina de los 90´, apenas unos años después de la dictadura, el proceso fue parecido. Una ciudadanía agotada por un estado enorme, incapaz de resolver problemas y que generaba un agujero fiscal al país muy grande fueron el punto de partida para realizar reformas que cambiaron definitivamente la cara del estado. Una cosa es cierta en todo esto, las empresas públicas por aquel entonces brindaban un servicio pésimo, muchos se acordarán de los cortes de luz, la falta de colocación de líneas de teléfono, etc., que fueron percibidos por los ciudadanos, una vez lanzada la idea de la privatización, como la mejor salida posible para la modernización, y no se consideraron otras opciones. Tan así es, que el Estado no se guardo para sí ni siquiera alguna parte del capital de esas empresas, deshaciéndose de las mismas a precio vil, y pagando un alto costo en desempleo y conflictividad social.

Este “quemar las naves” como escribió Oscar Oszlak, sirvió para generar una reforma que término en una de las peores crisis del país, que culminó en diciembre de 2001. Y un día el estado volvió a aparecer, no sólo aquí, sino en el mundo, aunque los países centrales no fueron tan destructivos con sus propios estados, y pudieron amortizar mejor la reconversión que producían los propios achiques de plantilla estatal.

Para desmitificar, el problema no es el tamaño del estado en sí mismo, hay estados, como el alemán, que es grande, acorde a sus necesidades, y con alta capacidad de intervención en la cotidianeidad y en los problemas de la gente, y ese creo que es el núcleo de la cuestión.

Para Milei, el estado tiene que ser eliminado o llevado a su mínima expresión porque: restringe la libertad de las personas, es una carga para el contribuyente, el gasto político es una carga para el desarrollo económico, y porque muchas de sus funciones podrían cumplirla mejor los privados. Seguramente se me estén pasando algunas más, pero creo que estás son las centrales. Pero vamos por partes.

Las restricciones de las libertades individuales

En esto, Milei como buen liberal, está en contra del estado casi por principio. En cambio, quienes nos reivindicamos peronistas vemos en el estado una herramienta eficaz para lograr la comunidad organizada, la comunidad de intereses. No obstante, creo que, en algunas cuestiones, el economista no está del todo errado.

Vivimos en un mundo en dónde el Estado (porque no es un problema solo de nuestro país) está empezando a legislar e intervenir sobre cuestiones que eran impensadas hace unos años, y que claramente van en contra de ese “acuerdo tácito” de la revolución francesa que le dio nacimiento. Hoy, gran parte de los estados occidentales intentan regular la conciencia de sus ciudadanos, es decir, aquello que se puede decir y lo que no, incluso, hasta lo que uno hace dentro de su cuarto. Y las redes sociales no han ayudado mucho, porque nos han convertido, en palabras de Byul Chung Han, en una sociedad “pornográfica”, adicta a la exposición, dónde lo velado ha desaparecido de la esfera privada, y se ha vuelto parte de lo público, con sus pros y sus contras.

Pero lo cierto, es que este estado regulador de conciencias, no ha podido, hasta el presente, lograr metas mínimas de reducción de la pobreza ni de las desigualdades, por lo que pretender regular lo que uno piensa es una utopía destinada al fracaso. No obstante, este tipo de cuestiones son las que utiliza Milei para atacar al estado, y muchas personas, cada vez más se sienten identificadas en la percepción de un estado que crece, no resuelve y se dedica a meterse en temas de índole privada. Creo que, en este punto, el éxito de Milei se debe a que existe muy arraigada una conciencia individual muy fuerte en una buena parte de la ciudadanía, cualquiera sea el lado de la grieta en la que unos se encuentre.

En lo personal, creo que los estados hoy están caminando en una fina línea entre un autoritarismo disfrazado de democracia, y una ampliación de derechos que luego no puede ser sustentada en la práctica, por la sencilla razón, de que los recursos del estado son finitos.

El estado como “carga” para el contribuyente

Quién no ha escuchado decir a Milei que el estado, y agrego, los políticos, son una clase parasitaria que vive de la riqueza ajena. En este punto hay dos cosas que son importantes marcar, y que a más de uno quizás no le guste, pero son discusiones necesarias, dado que son discusiones separadas.

En cuando a la carga para el contribuyente, es cierto que la argentina tiene demasiados impuestos, incluso los trabajadores pagamos una parte de nuestro salario en concepto de “ganancias”, como si el salario fuera lo mismo que la ganancia de una empresa, lo que lleva a graves desequilibrios de ingresos que, además, no vuelven en forma de servicios, o al menos no para los trabajadores y la clase media. Casi todos los países del “primer mundo” tienen un impuesto similar, pero la devolución en términos de servicios de salud pública de calidad o educación son importantes. En nuestro país eso no sucede, y en general, quien puede pagar educación privada para sus hijos lo hace, y los que tienen obra social por estar en relación de dependencia no usan la salud pública, lo que genera en estos casos, una doble salida de dinero de bolsillo.

En cuanto a las empresas, los impuestos son engorrosos, y hay demasiados, llegando incluso a ser más de 170. Yo no creo que deban bajarse los impuestos, pero si organizar un sistema tributario coherente y con certidumbre para el futuro, sino, la predica de Milei como la de tantos otros economistas liberales, erosionará la credibilidad en el estado, y esa credibilidad se va desgastando lenta pero inexorablemente.

En segundo lugar, el costo político de nuestro país es altísimo, y no me refiero con esto a los empleados públicos, sino al costo de la política en sí misma, llegando a ser incluso más cara que la de los países centrales. Al respecto se puede encontrar abundante bibliografía en la página de la OCDE, Banco Mundial, etc.. Y ese es un tema que cada vez más va calando en una sociedad que no es sólo la de los “ricos” o la de los “oligarcas”, sino que empieza a cuestionar a nuestra propia base, al menos, a la que tiene ganas de pensar y dejar atrás la comodidad de la pereza intelectual.

Un estado como el nuestro, debería empezar a plantearse una verdadera reforma política y una reforma regional que dé sustento a los municipios y a las provincias que de por sí, solas serían inviables. Y creo que ese proceso, para que sea exitoso y no tenga que ver con recortes o ajustes, debería encararlo el peronismo, porque además es quien tiene la capacidad política de poder gestionar el conflicto y articular a los distintos actores. De lo contrario, si la idea liberal sigue creciendo, las reformas van a ser de otro tenor, y según lo veo, con mucho más consenso de la sociedad del que pensamos.

El estado como obstáculo al desarrollo económico

Aquí tengo una diferencia no sólo de principios, sino de práctica con la propuesta liberal. No creo que el estado sea un obstáculo, de hecho, el estado puede ser un buen motor si se propone el desarrollo de áreas estratégicas que, incluso para el sector privado, pueden ser no rentables en el corto plazo.

El mejor ejemplo argentino es el desarrollo de la industria automotriz que llevo adelante Perón en el 45´. Argentina tuvo varios intentos de industrialización propia en ese sector, con empresas que se iban y venían, pero fue a partir del peronismo, y sus políticas de fomento del consumo y de la producción automotriz que las empresas privadas comenzaron a crecer, y el estado aposto al desarrollo de vehículos de trabajo como el “rastrojero” y otros tantos modelos, que si bien no prosperaron, no obstante, la intervención del estado hizo que en esa época creciera el parque automotor, el parque de ómnibus colectivos, con la compra a la Mercedez Benz de miles de unidades, etc..

El estado es un actor clave en el desarrollo de un país, sin el estado no existiría internet, por ejemplo, por eso creo que esa discusión del liberalismo es falsa. Lo que si creo, es que el estado, tal como lo pensaba y lo ponía en práctica el propio Perón puede y debe articularse con el privado, no para expropiarlo, sino para el desarrollo conjunto de tecnología, valor agregado y desarrollo para el país. Restaría ver hoy cuáles son esas áreas, porque ya no estamos en el 45´ y la industrialización tal como la concebíamos ha desaparecido. No obstante, hay importantes opciones de innovación y oportunidades que pueden aprovecharse, mal que le pese a los liberales.

Lo privado como lo eficiente

Esto es un mito tan grande como la ineficiencia del estado. El estado puede ser eficiente o ineficiente, y una empresa también. Sin ir más lejos, las empresas de celulares, de cable y las de salud, tienen sendas burocracias internas y no por eso dejan de ganar dinero.

El problema de la ineficiencia del estado está en su acción. Los que somos peronistas, y creemos que el estado está para equilibrar las desigualdades no podemos tolerar las ineficiencias porque siempre repercuten hacia abajo, nunca hacia arriba, por eso hay que luchar por un estado que sea eficaz y que aumente su capacidad de resolución de los problemas de la gente, de la ciudadanía. No cómo dádiva, como muchos creen que debe ser el rol del estado, sino interviniendo para generar políticas que permitan realizar proyectos de vida en una comunidad.

El liberalismo solo ve eficiencia en pos de resultados económicos que, si bien son importantes, no es lo único que debe importar al estado, pues su objetivo no es el lucro, sino el bienestar de sus ciudadanos. Esto no quiere decir que podemos dilapidar los recursos públicos, sino que la utilización de los mismos tiene que ser en función de objetivos y prioridades que no pueden quedar librados al azar, y que deberían ser el resultado de un consenso político a largo plazo, para que, quien ejerza el gobierno pueda aportar a un país con cierta estabilidad y crecimiento, más allá de la posición ideológica.

Tal vez esto es una utopía, pero muchos países lo han logrado. No se requiere demasiado, tan solo acuerdo en cuatro o cinco políticas de estado que se puedan continuar en el tiempo. Tal vez ahí radique el secreto, pero requiere de mucho esfuerzo político que hoy no se avizora, al menos en un futuro cercano.

A modo de conclusión

A estas alturas habrá quien piense que la discusión no vale la pena. Que tal vez Milei no tenga chances electorales, pero eso nadie lo sabe. Lo importante no es eso, quizás no logre llegar o quizás sí, pero lo que realmente importa es que esta logrando con su acción y con su prédica incorporar un discurso antiestatal muy parecido al de la década del 80´, y que también se observa en los países centrales.

El estado, después del neoliberalismo volvió, pero ya se están notando nuevamente signos de su agotamiento, sobre todo porque, tal como en los 80´ la globalización fue todo un cambio, y hoy estamos frente a otro cambio en el rol del estado va a estar en discusión. Las ideas de Milei están calando de a poco en un sector de la sociedad, y si el estado no se reinventa es muy probable que volvamos a tener los mismos problemas, y el mismo consenso que existió en la década de los 90´.

Por eso creo que no es una discusión menor, y hay que encararla de alguna manera. De lo contrario, el discurso liberal irá ganando espacio, y es probable que nos enfrentemos a una nueva ola neoliberal que vuelva a contar con un alto consenso en la población. Tal vez, al grito de “la libertad avanza” asistamos en breve a un replanteamiento del rol estatal si no lo hacemos nosotros en términos que convenzan a las mayorías que un estado fuerte, capaz, y que genera desarrollo y crecimiento es necesario, y la reforma, entonces la harán otros, y es lo peor que nos puede pasar como sociedad.