La fiesta patronal de Diego

El D10S del fútbol tuvo su fiesta en la tierra que lo parió. La villa. Llamada Fiorito.

POR LUCAS SCHAERER

Pelusa nació villero. Del otro lado del Riachuelo. En la periferia de la Ciudad de Buenos Aires.

Pocos saben que a los dos meses de vida fue bautizado en la fe católica. Fue un cura franciscano que le hecho el agua bendita en el Santuario de la avenida Sáenz, en el barrio de Pompeya.

Esa fe innata, como la mejor herencia familiar, lo atravesó toda su vida inclusive al morir su nombre convertido por la fe de su pueblo, lo llama el D10S.

“Todos jugábamos bien al fútbol, pero Diego fue tocado por Dios”. Así me lo confesó uno de sus amigos de la infancia mientras el frío y la llovizna no lograban frenar los abrazos y conversaciones que se dieron entre los amigos menos mediáticos, este domingo 30, al mediodía, en la sede social de Estrella Roja, el primer club donde pisaba la zurda inmortal.

En la villa que lo parió futbolísticamente, llamada Fiorito, celebraron la vida de Diego con música, comida y buena bebida. Todo estaba en el compartir. Nadie pidió plata. Te ofrecían o uno agarraba. Así fue “la fiesta patronal de Diego” como la llama Pelé, como conocen a José, un villero devoto de la Virgen de Luján amigo de los curas del pueblo a quienes les pidió su presencia para bendecir la celebración.

Fiorito cambió mucho. El pavimento de sus calles de tierra lo convirtieron en un barrio. Los potreros son un recuerdo en blanco y negro. Aunque la casa de Diego está intacta: El piso de tierra, la vereda, sin baldosas, es una pequeña loma con algo de pasto. Detrás del alambrado estaban sentados unos muchachos. Ninguno estaba dispuesto al buen diálogo. A la vuelta la sede social de Estrella Roja, como se llamó en su origen pero que en dictadura militar fue forzado a cambiar por Estrellas Unidas.

“Fui, soy y seré siempre peronista”, dijo Maradona en su último Día de la Lealtad, el 17 de octubre de 2020. Esa definición fue reivindicada por los militantes de “Casa Fiorito” que la usaron en los afiches con su rostro colocados a la entrada de la sede del club barrial. Sobre una inmensa vela de plástico un cartel decía “santuario” y a los pies las imágenes de la Virgen María, San Expedito, Gauchito Gil, flores, una botella con agua bendita con un Rosario blanco colgado y unos ladrillos huecos apilados sostenía un palo que en su punta tenía un tachito con fuego. 

Adentro la música tribunera con profundidad espiritual en la voz y la guitarra de Yuyo Gonzalo. A un costado los miembros de la secretaria de Derechos Humanos del Club Los Andes imprimieron en papel afiche la foto de Pelusa con la frase de la letra “Maradó” de Los Piojos: “Dicen que escapó este mozo del sueño de los sin jeta”.

En el fondo, junto a los baños de ladrillo a la vista, Marcelo, uno de los conductores de la radio Maradó largaba los choris, pollo y vacío. A su alrededor estaban los amigos de la infancia de Diego. Los sin jeta entre las gomeras y otras travesuras se mataban por hacer un gol y frenar a Pelusa. “Las hermanas lo defendían con palos y cuchillos cuando lo íbamos a buscar a la casa a querer fajarlo porque nos pintaba la cara” contó uno de estos veteranos en un barrio donde son leyenda viva. Estaba el primer entrenador de Diego, antes que vaya para Argentinos Juniors. José no largaba bocado. Con la cabeza me señalaron al cabezón Armando. “Muy amigo de Diego. No lo mangueaba. Muy querido en la familia. En el último tiempo el entorno de Diego lo pudrió” y me agregó un villero que conoce de historias, que corren así, de boca en boca, sobre el día que Diego fue trotando desde Moreno a Luján (unos 30 kilómetros) porque había hecho una promesa. “Era de la Virgen y Cristina (por Fernández de Kirchner)”, me largó Pelé que tenía al lado a un cura albañil y que vive hace décadas en Ciudad Oculta, la villa del barrio de Mataderos.

De bermudas “El Chueco” da la bendición al nuevo nombre de la calle ex Azamor hoy Diego “Pelusa” Armando Maradona en el cruce con Mario Bravo, en la tierra sagrada de D10S. “Esto es una fiesta del alma, como un anticipo del cielo”, aseguró el cura que ve en Maradona un eterno espíritu villero. “Nunca se olvidó de la villa, siempre fue villero, por sus actitudes en la vida, desde mandarse los peores mocos como hacer las cosas más maravillosas, de entrega total por amor. Un santo heroico”, y remató su reflexión diciendo que “esa actitud villera de la vida lo hizo pararse ante los más poderosos”.

Pelusa forjado “en el hondo bajo fondo donde el barro se subleva”, como dice el tango, nunca abandonó la fe. Desde casarse con Claudia Villafañe, en la basílica del Santísimo Sacramento (en el barrio de Retiro detrás del aristocrático Kavagna), hasta sus visitas al Vaticano, de sus frases más legendarias cuando increpó al Papa polaco que venda el oro para alimentar a los pobres, o sus encuentros con el Papa argentino donde reconoció ser el primer hincha “francisquita” y su apoyo a los partidos por la paz.

“Percibí que Diego tenía una fe muy unida a la familia, a sus hermanas; tenía una fe muy popular”. Me contó el sacerdote Fabián Báez responsable de bautizar al nieto de Pelusa, llamado Diego Matías, hijo de Diego Junior, el primogénito hijo extramatrimonial de Maradona que reconoció legalmente en 2014, no casualmente el mismo año que regresó a la Santa Sede para conocer al Papa Francisco.

El gol con la mano a los ingleses en el Mundial de México ’86 fue eternizado en el cuartero “la mano de Dios”: “En una villa nació. Fue deseo de Dios”.

Siempre el Diego, los pobres y la fe.