Mario Poli hizo lo posible para diferenciarse de Jorge Bergoglio y terminó con escándalos financieros, respaldando a un cura abusador, trabando el diálogo ecuménico y andando en bici con Macri.
Por Lucas Schaerer
“Poli me había dicho hace unos meses que cuando viniera a Roma me iba a llevar andar en bicicleta. Estuvimos andando casi una hora y media y llegamos hasta las afueras de Roma”, explicó el entonces presidente Mauricio Macri ese 14 de octubre de 2016 desde la Ciudad Eterna.
El cardenal primado de Argentina y arzobispo porteño, Mario Aurelio Poli, se había convertido en el personal trainer del ex presidente tras el tsunami que había provocado el primer encuentro de Macri con el Papa argentino. El 22 de febrero de 2016, Macri y Francisco habían compartido sólo 20 minutos.
Diferenciarse de Bergoglio fue la impronta de Poli en estos casi diez años de la conducción de la arquidiócesis más importante de Argentina, justamente donde se proyectó al mundo el primer porteño Sucesor de Pedro.
La insólita atención de Poli con Macri no fue la primera estacada de su sucesor. De arranque tuvo una pequeña acción, que pasó desapercibido para la prensa, sin trascendencia en la élite política, pero para Bergoglio la más dolorosa. En Rivadavia 415 era habitual ver la ranchada de los sin techos en los grandes ventanales del arzobispado. Igual que a los pies de la columnata de Bernini del Vaticano.
A los días de asumir la conducción del clero porteño Poli no perdió tiempo para expulsar a los pobres y excluir a Anita, una de las indigentes protegidas de Bergoglio, que desayunaba dentro del arzobispado. Tampoco los baños de la iglesia se volverían a abrir para los cientos de manifestantes que cada día claman en Plaza de Mayo por Techo, Tierra y Trabajo.
La catedral completamente vallada y sin pobres en los ventanales de la Curia porteña auguraban un arzobispo y cardenal primado encerrado en sí mismo.
Como buen historiador Poli retrasó todos estos años las agujas del reloj y así atendió a los religiosos de la diócesis que pastoreó. Sin urgencias y a distancia con gran parte de ellos. El trato personal, paternal e inmediato de Jorge Mario con la comunidad eclesial había quedado atrás.
Freno al diálogo ecuménico
Fue Antonio Quarracino, antecesor de Bergoglio, quien había iniciado en la década del ’90 el diálogo con la comunidad judía argentina, siguiendo el magisterio del entonces Papa Juan Pablo II. Este trabajo pastoral que profundizó Bergoglio, hoy una marca registrada en el magisterio del papado, no le importó a Poli, y quedó en evidencia cuando bloqueó el programa televisivo “Biblia, diálogo vigente” que conducía el presbítero evangelista Marcelo Figueroa, acompañado por el rabino Abraham Skorka y quien luego sería el Papa Francisco.
No ponderó Poli que era el único programa del canal del arzobispado (21 Orbe) en ganar el premio de la televisión argentina, el Martín Fierro. Hasta el fin de su mandato el diálogo interreligioso se frenó. Sólo hubo excepcionalidades, como en noviembre de 2020, que en plena pandemia del coronavirus hubo un encuentro ecuménico en la Catedral porteña, con eje en la encíclica Fratelli Tutti (Hermanos Todos) impulsado y organizado por la conducción del consejo ejecutivo de la Conferencia Episcopal.
Mal manejo financiero
Es conocido el descalabro financiero del cumpleañero, este martes 29 de noviembre nació hace 75 años atrás Mario Aurelio y por el derecho canónico, reformado por Francisco, debe jubilarse. La auditoría vaticana sobre la gestión Poli comprobó irregulares en las ventas de inmuebles del arzobispado y mala conducción del equipo de asesores, sobre quienes muchos señalan como los verdaderos ejecutores del despilfarro financiero.
No pasó desapercibido que el informe realizado por expertos del Vaticano fue filtrado a la prensa desde la Santa Sede en una ocasión más que oportuna, justo en las horas previas al arribo de Poli a un encuentro con el Pontífice en octubre del año pasado. Desde entonces el arzobispo porteño no pudo vender ningún bien, ni realizar operación económica de envergadura.
El intento de venta del emblemático estadio Luna Park había encendido las alarmas en Santa Marta, la residencia comunitaria de Francisco. Otros detalles que no figuran en papel y determinaron una gestión a contramano de una iglesia pobre para los pobres fue, por citar un ejemplo, la elección de Julio Miranda como rector del seminario donde se forman los religiosos. Miranda es un sacerdote de oficio contador, administrador de empresas y apasionado de los yates.
Defensa de un cura violador
Al descalabro financiero Poli sumó su respaldo al sacerdote Manuel Fernando Pascual. Este religioso de 68 años, que estuvo detenido en el penal de Ezeiza, tiene sobre sus espaldas el pedido de condena de 15 años de prisión, por parte del fiscal Andrés Madrea, quien lo investigó durante años por abuso sexual de por lo menos dos monjas de la congregación Hermanas de San José.
A contramano de la lucha frontal contra la gangrena en la iglesia que provocan los abusadores sexuales, el cardenal primado Mario Aurelio se presentó ante el Tribunal Oral Nº 3 para ser “fiador personal” de Pascual y así refugiarlo en un domicilio del arzobispado para evitarle la cárcel como cualquier hijo de vecino. Desde hace un tiempo los titulares de las conferencias episcopales están obligados a recibir y escuchar a las víctimas de los depredadores sexuales. Poli en cambio intentó acoger al victimario.
En el primer piso de Santa Marta descansan fotocopias del expediente judicial sobre el sacerdote Pascual y se sigue con atención su proceso canónico. El fiscal Madrea no es desconocido para la iglesia porteña. Es un católico experto en derecho canónico, con llegada directa a Bergoglio, y un apasionado investigador que enfrenta al poder sin tibiezas como ocurrió con el pedido de detención por esclavitud laboral al cuñado de Macri, el empresario textil Daniel Awada, o su investigación sobre la red de corrupción entre empresarios, policías y funcionarios del gobierno porteño por la muerte de dos jóvenes en el boliche Beara.
Refundar la iglesia porteña
La sorpresa es una clave de la gobernanza de Francisco. Jamás anticipa una jugada estratégica. Menos aún ante el momento histórico de reconstruir la arquidiócesis de Buenos Aires. Hace un tiempo circulan nombres, pero los más firmes con sólo salir mencionados en un medio de prensa caen en desgracia. De todas maneras, es notorio algunos hechos. El más visible que el Santo Padre conoce como pocos a la iglesia argentina, y sobre todo la porteña. Entonces las clásicas ternas que se inician en secreto desde el Vaticano con los obispos no están ocurriendo. Si claro consultas entre almuerzos y mates con religiosos cercanos.
Algunos de ellos recuerdan ante este cronista como actuó el Pontífice, hace tan sólo un año atrás, con Córdoba, una de las arquidiócesis más importantes por su historia, números y peso político, aunque muy poco receptiva del Concilio Ecuménico Vaticano II. El Papa para la provincia del cuarteto desbordó. Allí designó la conducción a un sacerdote jesuita, que no era considerado en la Compañía de Jesús para asumir cargos de liderazgo y tampoco por el clero cordobés. Entonces apareció como un rayo del cielo Ángel Rossi. El desborde es un concepto de Francisco que compara “con los grandes ríos que crecen gradualmente, que es casi imperceptible, pero cuando el momento llega, se desbordan y derraman sus aguas”.
En la reconstrucción espiritual y pastoral de Buenos Aires, centro del poder político y económico argentino, Bergoglio necesita ubicar un vaqueano de este complejo territorio. En el conurbano, periurbano y más allá de la provincia de Buenos Aires existen porteños con posibilidades.
Algunos de congregaciones, formados con perfiles más comunitarios, están con chances, aunque para el desborde eclesial porteño quien más encaja se formó en el clero, aunque con mucha periferia, que conjuga con su habilidad de diálogo en la cumbre de la batalla política, con un perfil moderado aunque no por ello menos profético, y a la vez logró convertirse en un dedicado interlocutor de los movimientos populares, los llamados “samaritanos colectivos” por Francisco, sin dejar de lado a los viejos dirigentes sindicales, con la característica que escucha más de lo que habla y jamás altera su bajo tono de voz respetando la liturgia sean en una misa en la catedral o en una capilla villera.
Al estilo de Bergoglio se mueve en transporte público, bautiza con palanganas de plásticos en comedores comunitarios o encabeza misas por las víctimas de trata y exclusión en plena Plaza de Constitución. Es joven, para el clero, y mucho más para ser cardenal primado. Su designación sería una revolución. Una palabra que el Papa no teme en reivindicar, ni aplicar. Se vienen los diez años de la Era Francisco. La organización más antigua y numerosa de occidente desde entonces inició una paulatina y diaria revolución eclesial encabezada por un porteño que pone a la iglesia en salida con las mujeres, los jóvenes y los laicos desde la periferia al centro. Buenos Aires está a pasos de ponerse en sintonía.