El líder de la archidiócesis de Buenos Aires dialogó sobre el proceso electoral, su vínculo con el Papa y su mirada pastoral. Su frase de cabecera: “No apartes tu rostro del pobre”.
Por Lucas Schaerer

Jorge Ignacio García Cuerva tiene actitud “joven”. A los 55 años es dinámico, anda libre en el trato con el prójimo, y su vocabulario suena a pueblo, cuando es él quien lleva sobre sus espaldas la “10” y la cinta de capitán en el hombro para dirigir la iglesia católica en Buenos Aires. Aunque no lo hace solo.
Siguiendo a Jesús que envió a los doce apóstoles a predicar de a dos, el nuevo arzobispo en Buenos Aires todos los días y en todo momento tira paredes con un hincha de Boca Juniors, Gustavo Carrara, de 50 años, ahora vicario general del clero porteño, una especie de jefe de gabinete. Ellos enfrentan amarguras y dificultades de gobierno eclesial con chistes en el medio. “Nunca pierdas la alegría”.
Esa frase se la dice Jorge Mario Bergoglio, hoy Francisco, a Jorge Ignacio y la practican. La dupla García Cuerva y Carrara es síntesis de tiempo. El primero muy rápido, juega todos los partidos, y conversa mucho en el mano a mano, algo inédito para un prelado de su nivel, mientras que Carrara frena la pelota y escucha. En público habla muy poco. Algo así como “pensar claro y hablar oscuro”, me contó un cura que le dijo uno más sabio cuando arrancaba la carrera eclesial.
García Cuerva y Carrara están unidos por mérito del Papa. Los designó obispos villeros al mismo momento, el 20 de noviembre de 2017. García Cuerva estaba en ese entonces en Lomas de Zamora, conurbano bonaerense, mientras que Carrara tuvo una ceremonia episcopal inolvidable que terminó con él saliendo en andas de la suntuosa Catedral de Buenos Aires, mientras los muchachos de los Hogares de Cristo hacían flamear banderas y le daban al parche de los bombos y redoblantes. Ninguno de los dos vive en el arzobispado de Buenos Aires. Se están reacondicionando las oficinas y demás.

García Cuerva cuenta abiertamente que vive en la casa de los padres, en el partido bonaerense de Vicente López. Mientras que Carrara, como desde hace años, vive en la villa del Bajo Flores (hoy barrio Ricciardelli), en el centro barrial y capilla San Francisco de Asís, en la esquina de avenida Castañares y avenida Esteban Bonorino. Esta dupla de impronta villera en la conducción del gobierno católico local tiene por delante muchos años de trabajo pastoral. García Cuerva por lo menos 20 años como arzobispo en Buenos Aires, un cargo que fue determinado por los filtros vaticanista y el propio Papa Francisco, y que sólo lo puede remover Dios.
Si todo avanza como está previsto humanamente García Cuerva se jubilará a los 75 años, pero antes será designado cardenal primado de la Argentina (el cargo eclesial más alto en nuestra patria). Esto ocurrirá una vez que cumpla 80 (le quedan cuatro años) o en caso de que muera su antecesor, Mario Aurelio Poli.
El arzobispado de Buenos Aires es un lugar especial por su propia historia, pero relanzada al mundo a partir del Espíritu Santo que eligió en el cónclave del 13 de marzo de 2013 a Jorge Mario, el primer Papa del sur global, del continente americano, de la Compañía de Jesús, la congregación de los llamados jesuitas, y encima argentino, con el detalle de un porteñísimo nacido al sur, en el barrio de Flores, amante del tango y el fútbol.
Tras una década de Poli y su equipo, Francisco tomó la determinación de resucitar a la comunidad eclesial porteña, así como hizo Jesús con Lázaro, su amigo que estaba muerto y olía mal porque se había podrido. Fue recién en el 2014 que el Sucesor de Pedro descubrió, en el Vaticano, a García Cuerva. Allí percibió al instante que es un obispo atípico, por su notoria energía para comunicar, ejecutar, y velocidad mental, que se combina con mucha experiencia territorial y de gobierno en pequeñas comunidades, fue párroco viviendo en una casilla en La Cava, la villa más grande del aristocrático partido bonaerense de San Isidro, muy callejero (como él) de transporte público y con el plus de una sensibilidad a las periferias, como es su vasta experiencia en el mundo carcelario. En eso la villa y la cárcel se unen. Son casi un mismo ámbito porque es la misma población y las mismas lógicas de convivencia.
A Jorge Ignacio seguirle el trote no es fácil, ni cómodo. La vara la pone bien alto. Es alegre pero no light. “No apartes tu rostro del pobre”. Esa frase es el slogan de este nuevo arzobispo, que en términos eclesiales se llama lema episcopal, que se traduce para los otros en un cachetazo. Nos despabila, nos desacomoda, a quienes todos los días y casi todo el tiempo, sobre todo en las megaciudades, esquivamos a los descartados en la vereda. Es muy significativo. Inolvidable. Va en el mismo sentido que el concepto de “la cultura del volquete”, como definió Bergoglio cuando pastoreaba al fin del mundo que luego a nivel global lo tuvo que reconfigurar en “cultura del descarte”.
No apartar la cara de los pobres no es una cita de marketing, no nació de un focus group, ni es una bajada de intelectuales. Es la cita bíblica de Tobías 4.7 que se combina con sus primeros movimientos como arzobispo reflejando que es un líder religioso inédito para el cargo que ocupa y los tiempos que corren.

Lo vi, fui testigo, no me lo contó nadie, el pasado domingo 16 de julio, por la mañana, en la esquina de la parroquia del Carmen en Ciudad Oculta, la villa que la última dictadura tapó detrás de un muro, a García Cuerva cargando un banco frente al escenario donde luego daría su primera misa como líder de la iglesia porteña. Ir a la periferia, al sur de la ciudad, donde las balas pican cerca y la exclusión te escupe en la cara en cada pasillo. Va en coherencia de su lema episcopal. No apartar el rostro del pobre. García Cuerva en su primera salida, como Francisco a la isla de Lampedusa, abrazó la periferia física y existencial con la eucaristía y la oración.
Este reportaje fue posible por ir al encuentro. Fue seguirlo en su andar parresístico, la parresía para los católicos es lo que te impulsa al coraje, te lanza a más. Pasaron tres meses de encuentros en off hasta que, luego de pasar toda la mañana sirviendo y en diálogo con los sin techo en el dispositivo “duchas” de la Basílica Sagrado Corazón de Barracas, por fin me agendó para la entrevista. Ahí conocí su particular agenda donde puntea en letras grandes, exactamente opuesto a Bergoglio que escribe con pequeñísima caligrafía.
En un despacho del segundo piso de la curia porteña, frente a Plaza de Mayo, con ingreso por la angosta calle Rivadavia 415, me recibió el capitán que conduce el equipo de creyentes: la iglesia del hijo de Dios, Jesús, su madre la Virgen, y el Espíritu Santo que nos empuja en la tierra.
Periodista: ¿Cómo vivís el proceso electoral presidencial y cuándo uno de los candidatos con más votos se define contrario al Papa y a la justicia social?
Jorge García Cuerva: Los procesos electorales los vivo siempre con mucha esperanza. A pesar de la situación tan crítica que hoy está atravesando nuestro país. Creo que en las elecciones previas (las PASO, que significa Primarias, Abiertas, Simultaneas y Obligatorias) la gente se expresó, y expresó su cansancio, hartazgo, su enojo. No hay que enojarse con el cartero. Si no hay que hacerse cargo del mensaje. Por algo hay cansancio, hartazgo y enojo. Creo que, sin opinar de ninguno de los candidatos, debemos hacernos cada uno también responsables de ver lo que la gente dice con ese mensaje y ver desde mi lugar qué puedo hacer con ese mensaje. Entiendo que es la dirigencia argentina empresarial, religiosa, política, la que tiene que escuchar con humildad el mensaje de la gente y actuar en consecuencia.
P: ¿Cómo haces siendo arzobispo de una megaciudad para la escucha?
JGC: Aquí duermen tres millones de personas y durante el día podemos llegar hacer 10 millones de personas. Lo que le pido a Dios es que me dé algo que me gusta mucho, que es la capacidad de ‘ser un místico con ojos abiertos’. Hay un autor jesuita español, Benjamín González Buelta, que habla de poder desentrañar la presencia de Dios en la realidad cotidiana. En el proceso sinodal de la ciudad de Buenos Aires en los años previos hay una certeza, una afirmación, contundente: Dios vive en la Ciudad. Quiero encontrarme con ese Dios, agudeza visual, auditiva, también la apertura mental, apertura de corazón, poder sostener preguntas, poder sostener tensiones, poder animarse a decir no sé, y que la realidad me interpele. Romano Guardini tenía esa frase que me gusta mucho: ‘la realidad es verbal y nos habla’. Dios nos habla a través de la realidad y las personas el desafío es escucharlo.

P: Vos y el vicario general, tienen algo en común con Bergoglio que es el transporte público. ¿Ahí escuchan a Dios?
JGC: Las formas en que se hacen las cosas hablan del contenido. Encontrar la presencia de Dios es importante y claramente el transporte público y patear la calle. El poder estar cerca de la gente, de la vida cotidiana, te hace tener un termómetro social que es único. Si uno anduviera siempre encerrado o en un auto con vidrios polarizados es mucho más difícil estar en contacto con la realidad. Mi experiencia pastoral siempre lo que medio contacto con la realidad fue básicamente andar de un lado a otro. Ser callejero de la fe como decíamos en la parroquia del Talar, en Tigre, donde estuve de 2006 a 2013.
P: ¿Y si puede siendo cabeza de una archidiócesis?
JGC: No sólo se puede. Me hace bien ir de un lado a otro en el transporte público, caminar, en encontrarme con la gente, dejar que la gente me encuentre, me pare, me diga algo, me hace bien. Hasta casi puedo hacer una oración de ese peregrinar la ciudad.
P: ¿Es difícil ser arzobispo de todos sabiendo que muchos aquí están contra el propio Sucesor de Pedro, por citar un ejemplo de las tensiones que vive Buenos Aires?
JGC: Eso tiene que ver con dos cosas. Una cultura propiamente argentina que ‘de todo sabemos’. Entonces no tenemos aprobada una materia de química, pero aconsejábamos en pandemia que vacuna era mejor que otra, en la época del Mundial le dimos consejos a Scaloni sobre qué jugador sacar o poner en la selección y creo que también nosotros creemos saber cómo es ser Papa. Entonces le enseñamos a Bergoglio lo que tiene que hacer. Creo que a diez años de su pontificado lo mejor que podríamos hacer es leer a Francisco, compenetrarnos con su magisterio que es un cuerpo magisterial increíble, con una densidad teológica brutal, con unas orientaciones pastorales impresionantes, pero nosotros seguimos discutiendo si sonríe o no a un presidente de turno, cuanto tiempo le dedicada a cada persona que va o a quien manda un Rosario. Es decir, nos quedamos en la chiquita y Bergoglio que es Francisco juega en las ligas mayores.
P: ¿El Papa va siguiendo tu tarea pastoral teniendo en cuenta que es argentino y fue jefe de esta diócesis?
JGC: Tiene muchísima tarea. Pero sin embargo, cuando le mando alguna pregunta por mail, o recomendación, también le comparto alguna alegría y a veces me llama por teléfono.