La primera santa argentina preservó el legado de los jesuitas

Tras la expulsión de la Compañía de Jesús, Mama Antula organizó ejercicios espirituales para unos 100.000 fieles en Buenos Aires.

En el microcentro porteño, entre grandes edificios modernos, una muralla protege la Santa Casa de Ejercicios Espirituales que creó quien, a partir de este domingo, es la primera santa argentina. Alfa y Omega conversa allí con dos personas centrales para conocer la vida y obra de Mama Antula, como llamaban los indígenas a María Antonia de Paz y Figueroa. La ha canonizado esta mañana el primer Papa jesuita y latinoamericano de la historia, que siendo arzobispo de la ciudad también predicó ejercicios en el complejo. Jesuita es también Ernesto Giobando, obispo auxiliar de la diócesis y actor de la causa de canonización.



«Llevar la devoción de Mama Antula tiene mucho de nuestra espiritualidad y formación en la Compañía de Jesús. Ahí me enamoré de su obra y escritura», relata Giobando. Sus predecesores fueron expulsados de España y la América española en 1767. Pero en Santiago del Estero, en la actual Argentina, había nacido en 1730 la más fiel seguidora de la espiritualidad ignaciana. A los 15 años, María Antonia de Paz y Figueroa ingresó en un beaterio, una comunidad de mujeres vinculadas a la Compañía de Jesús que se consagraban a actividades apostólicas. Desde entonces, se llamó María Antonia de San José.



Después de que estos religiosos fueran prohibidos, su principal empeño fue mantener viva su espiritualidad promoviendo los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola. «Nos dejó escrito el protocolo, donde se ve que los llevó de ocho a diez días», relata el obispo. Al preparar el alma para desprenderse de los «afectos desordenados» y llegar a la voluntad divina, los veía como una herramienta de transformación individual y social. «Buscaba la conversión, para cambiar las costumbres, la violencia y la discriminación. Quería humanizar la sociedad y dar dignidad a todos».



Durante doce años, peregrinando descalza y con unas pocas beatas, recorrió la patria profunda organizando tandas y pidiendo limosna para hacerlas posibles. Con su báculo, que aún se conserva, se enfrentaba a peligros como los pumas. También se curó varias veces sin explicación. En 1779 llegó a Buenos Aires, donde no fue bien acogida. Insultada incluso como «bruja», le costó conseguir autorización del obispo y del virrey para su obra. Sin embargo, «fue tan exitosa que llegó a dar ejercicios espirituales a unas 100.000 personas en Buenos Aires», asegura el obispo.

En ellos, unía a la élite —incluidos muchos de los que luego serían los primeros políticos del país tras la independencia— con aquellos que en la sociedad colonial eran los últimos. Todos, sin distinción, compartían alojamiento y comida en la Santa Casa, que inauguró en 1795 y donde murió en 1799. Para Giobando, la santidad de Mama Antula «es la fuerza de su compromiso con los pobres. Encontraba a Jesús en ellos: en los esclavos negros o indígenas, en las mujeres sometidas por la esclavitud, prostituidas o mulatas que no tenía sustento alguno». Matiza que «no podemos llamarla feminista, porque es extemporáneo». Pero «sí fue pionera en defender los derechos de las mujeres y visualizó su rol en la sociedad y en la Iglesia».



Se la considera la primera escritora rioplatense porque, cosa poco común entre las mujeres de la zona en la época, sabía escribir. De hecho, sus cartas a los jesuitas exiliados empezaron a traducirse al francés, italiano, ruso o alemán. En 2022, la joven periodista argentina Cintia Suárez y la italiana Nunzia Locatelli hallaron más de 300 hojas manuscritas suyas en Roma. Señores de las cortes europeas y damas de la realeza, como Catalina de Rusia, querían saber más sobre la heroica mujer que predicaba los ejercicios espirituales en el Nuevo Mundo.


Una de sus hijas espirituales es Fernanda González, laica consagrada que atiende la Santa Casa y coordina los seis colegios de la Sociedad Hijas del Divino Salvador, sucesoras de Mama Antula. Allí vive con otras dos consagrad