El Banco Nación y la sucursal de Zavaleta y Caseros

Mientras cursaba la escuela secundaria tenía un compañero con el que éramos muy amigos. Compartíamos mucho tiempo juntos. No sé si exagero, pero el mundo era un poco más bebible que el de hoy. Era una Argentina a la que todavía no la habían desmantelado.

Por Héctor Gurvit

Lo particular de esa amistad era el padre. Era gerente de sucursal del Banco Nación. No sé cómo es ahora ser gerente del Nación, pero en aquel tiempo era una figura inmersa en el barrio en donde le tocaba trabajar. A los gerentes le asignaban una vivienda cercana. Solían cambiarlos de sucursal y le daban una nueva. No sé cuáles eran las condiciones en las que se la ofrecían. Lo ignoraba.

Durante casi todo el tiempo que fui su compañero en el colegio la sucursal era la de Zavaleta. Zavaleta y Caseros en la capital. Y tenía asignado un caserón arriba del banco que tenía más habitaciones que habitantes.

Lo que rescato de ese tiempo es la relación del padre, incluso de la familia con el barrio. Nunca faltaban las reuniones de vecinos y vecinas que se vinculaban con la sucursal. El gerente era una personalidad destacada de esa comunidad y así funcionaba. Ignoro cómo es hoy su política, pero esa comunión con el barrio, estimo, no se ha perdido.

No voy a hacer disquisiciones sobre los porcentajes de mora de los bancos y la comparación con el Nación. Son datos que no siempre reflejan la realidad o la ocultan por deficiencias en las prácticas de crédito. De lo que sí puedo hablar es sobre lo que en ese tiempo de adolescencia significó para mí la posibilidad de deambular por sus oficinas vacías cuando se iban los empleados, la adrenalina que se segregaba cuando Daniel se subía al Peugeot de última generación y conducía sin registro, sin célula verde y menor. O cuando jugábamos a ver quién se comía más milanesas. La madre las hacía. Daniel llegó a doce. Yo llegué a ocho.

La prolijidad del gerente y de los empleados que, en cierto sentido, se sentían seres superiores, era notable. Ser bancario era (acaso lo sigue siendo) un privilegio. Y pensar en el Nación era y es como pensar en la patria, en algo que era y es nuestro, un valor irrefutable. Tan nuestro que podíamos apropiarnos de sus pasillos, de sus recovecos como si nos perteneciera. El país, todavía, no se había arrasado y todos gozábamos del estado de bienestar.

Este es el banco que nos quieren privatizar. No puedo creer que el titular del banco hoy, Daniel Tillar (que no es el Daniel de que hablaba) nos prometa que aumentará los préstamos a favor de pymes y familias.

“Resulta curioso que el Banco Nación tenga que pagarle a un estudio privado para que le haga un análisis del decreto de necesidad y urgencia del actual Poder Ejecutivo, o le cuente cómo debería interaccionar con el Banco Central o el Ministerio de Economía del propio gobierno. Y nada menos que a Horacio Liendo que fuera ministro de economía con Cavallo ¡a 120.000 pesos por hora de trabajo!” Una obscenidad.

Ese fue el banco de mi adolescencia. No lo rifemos.