Desde la mirada de Francisco, ser mártir es dar testimonio sin buscarlo. La figura de la expresidenta, marcada por la persecución judicial, el intento de magnicidio y su persistencia política, adquiere un sentido profundo de resistencia, fe y legado frente al odio y la injusticia.
Por Lucas Schaerer

“El martirio significa testimonio”, dijo el único Papa nacido en Flores. Francisco iluminó –y nos siguen iluminando desde el cielo sus palabras– con esa afirmación que atraviesa la historia y la actualidad: “La Iglesia de los mártires es la que triunfa. No la Iglesia de los bancos”.
Para Bergoglio, la Iglesia somos todos los bautizados. No sólo el clero. Lo recordaba seguido, frente al clericalismo que suele olvidar que el pueblo también encarna lo sagrado. En esa concepción, el testimonio cobra un valor central. Y en el escenario argentino, pocos testimonios políticos despiertan pasiones y rechazos como el de Cristina Kirchner.
Cristina es mártir. Porque no lo dice: lo vive. Porque no se fuga, no se esconde, no se rinde. Su cuerpo y su vida se volvieron testimonio. El martirio, según Francisco, no se busca: se asume. Ella lo asumió. Desde el dolor de la pérdida de su compañero de vida y de lucha, Néstor Kirchner, hasta las enfermedades propias y las de su hija Florencia, lo atraviesa en silencio, sin mostrarse vulnerable.

Ese proceso de martirio comenzó con la calumnia y la difamación sistemática. Una década, como mínimo, de portadas, titulares y operaciones sin pruebas, sostenidas por los principales conglomerados mediáticos del país. El apodo de “corrupta” fue instalado sin sentencia firme, pero con una condena social que muchos dieron por cierta.
El punto cúlmine fue el intento de magnicidio fallido en septiembre de 2022, en plena calle de Recoleta. Cristina lo dijo: se salvó por Dios y la Virgen. ¿Para qué misión? Aún no está del todo claro, pero su presencia se mantiene, firme, en pie, como un símbolo. Reunió a curas y monjas con una bandera que decía “No odien”, replicando el mensaje de Wenceslao Pedernera, mártir reconocido por el Vaticano, asesinado por comprometerse con los pobres.
En esta línea, el lawfare aparece como otra dimensión del martirio contemporáneo. El propio Papa denunció la persecución judicial como herramienta política. En entrevistas recientes, explicó cómo los medios abren el camino, instalan sospechas sin fundamento, y luego la justicia actúa sobre ese “olor a delito”, el fumus delicti. Así ocurrió con Lula, con Dilma, y ahora con Cristina.

“El lawfare empieza con los medios… hay que impedir que alguien llegue a determinado puesto. Luego se condena por volumen, no por pruebas. Los políticos deben desenmascarar una justicia que no es justa”, afirmó Francisco.
En este contexto, la posible prisión de Cristina, impulsada por una denuncia que partió de un ministro del gobierno más endeudador de la historia reciente, podría convertirse en otro mojón del martirio. Incluso si, como dicen algunos, sólo se tratara de proscribirla y evitar que pueda ser votada nuevamente por el pueblo.
Como en los Evangelios, donde los discípulos varones huyeron y se escondieron tras la crucifixión, fueron las mujeres –María, Magdalena y otras– las que resistieron. Cristina también resiste. Y si llega la cárcel, puede ser –como diría Francisco– un “certificado de dignidad”.
Los que celebran su detención son los mismos que avalan el ajuste a los jubilados, los salarios de hambre y la represión a trabajadores y estudiantes. Pero Cristina sigue. Su testimonio sigue. Y quizás, como en otras etapas de su vida, también este tiempo pueda convertirse en espacio para el discernimiento, la oración y la fe. Porque los mártires, los verdaderos, no mueren. Inspiran.
Fuente: C5N