Amenaza global, respuesta local

El rol del estado ante la nueva coyuntura política y económica

Alberto en la reunión del G20 realizada por la pandemia del coronavirus
Alberto en la reunión del G20 realizada por la pandemia del coronavirus.

Por Maximiliano Peluso

Un fantasma se cierne sobre Europa: pero ya no es el comunismo. A este fantasma se han unido todas las potencias de la vieja Europa y los capitalismos occidentales, el Papa, Trump, las izquierdas liberales y los dictadores conservadores de segunda generación de la américa latina.

El comunismo, y las izquierdas en general, hace rato que ya no asustan a nadie. Enfrascados en diatribas de búsqueda de sujetos revolucionarios en cualquier movimiento social – cultural pasajero, han perdido su capacidad de encarnar las esperanzas de cambio de los oprimidos y han transformado su retórica en una misa ideológica, que lejos de combatir al capital, son tan sólo su ala izquierda. No obstante, esto es harina de otro costal.

Lo cierto es que el covid-19 ha logrado “unir” a todo el mundo en una especie de cruzada global sanitaria contra el mal asiático. Unidad más formal que real. En la superficie se aparece como una guerra de la civilización para salvaguardar la salud de la humanidad, pero en sus pliegues más profundos se huele un cambio de timón con consecuencias todavía no del todo visibles. Una sola certeza se nos hace clara, ante la amenaza global de muerte, lo local, el estado, emerge como el garante de la vida humana.

La pandemia es, ante todo, una farsa. A ver, ciertamente en lo sanitario existe, es una enfermedad que puede matar, pero ni más ni menos que tantas otras a lo largo de los últimos 10 años (sólo por tomar un período de tiempo cercano). La otra pandemia, la política económica es la farsa. Podemos afirmar entonces, que en el mundo existen dos pandemias, una sanitaria y otra política – económica.

La pandemia sanitaria, cómo cualquier pandemia, requiere de una serie de acciones vinculadas tanto a la prevención como a la acción de mitigación. Todos los años, y dependiendo del evento de que se trate, los ministerios de salud dictan la política para llevar adelante, en función de garantizar la salud de la población. Este año, por ejemplo, uno de los problemas sanitarios de mayor importancia en América Latina es el dengue, una enfermedad  que el año pasado infecto a 3 millones de personas en el continente, dejando un saldo de más de 1500 muertes. También podríamos citar la tuberculosis, una enfermedad bacterial que, durante 2019 afecto a 10 millones de personas en el mundo, produciendo un total de 1.500.000 muertos, 250.000 de los cuales presentaban además la co-morbilidad con el HIV. De hecho, las enfermedades respiratorias en Argentina superaron el millón y medio de infectados con, aproximadamente, 32 mil muertos durante el año pasado.

El mapa de la Tuberculosis del año 2018 segùn el reporte realizado por la OMS el año pasado
El mapa de la Tuberculosis del año 2018 segùn el reporte realizado por la OMS el año pasado.

Cualquiera de los tres eventos mencionados en el párrafo anterior son bien conocidos, y en muchos casos se sabe como prevenirlos, cómo curarlos, o existe alguna vacuna como en el caso de la gripe. Pero lo que no ha sucedido nunca, hasta ahora, es que la maquinaria productiva capitalista se detuviera para salvaguardar preventivamente a personas ancianas que, indefectiblemente, están cercanas a la finalización de su ciclo vital. Que se entienda bien, no se dice aquí que hay que dejar morir a los adultos mayores, tan sólo me resulta extraño que todo un sistema productivo basado en el “time is money” se detenga de inmediato, y en todas partes al mismo tiempo, con una excusa tan burda como poco creíble, más aún, cuando no se había hecho en la historia del capitalismo hasta el momento.

Por lo tanto, o hubo un cambio de paradigma en lo sanitario y de repente el capitalismo empezó a preocuparse por la “gente”, por los humildes,  por el ambiente, o de lo que se considere políticamente correcto, o sencillamente, lo que sucede es un cambio fenomenal hacia el interior de ese mismo capitalismo.

La pandemia política – económica, por su parte, no es muy difícil de rastrear. El mundo entero está en una crisis de deuda desde hace décadas. Deudas externas soberanas impagables, que incluso sobrepasan a naciones ricas como EE.UU., hasta las deudas de grandes corporaciones que amenazan colapsar el sistema financiero internacional.

Jugando un poco con la historia contra fáctica uno se imagina qué hubiera pasado si las deudas, como la de Argentina, de un día para el otro empezaran a entrar en default. El descalabro sería inmenso, y estaríamos ante un gran fracaso del sistema financiero transnacional montado por el capitalismo neoliberal.

Ahora bien, y siguiendo con el juego, qué pasaría si en lugar de una crisis interna, la amenaza viniera de fuera, una amenaza global que pusiera en jaque a la humanidad como tal. Entonces el descalabró, aunque se produzca, no sería ya inherente al sistema, sino producto de factores exógenos, incontrolables. Después veremos si le echamos la culpa a los chinos, a Dios o a Cristina Fernández. Por suerte es solo un juego de especulación. Veamos algunas variables más fácticas.


¿Por qué Europa?

Europa es un gran ejemplo para entender la tesis que se propone. Terminada la segunda guerra mundial las potencias europeas se propusieron resolver los conflictos, fundamentalmente económicos, por otra vía que no fuera la violencia o la conquista. Esa idea fue la base de la creación de la Comunidad Económica Europea (1957), cuyos seis miembros iniciales fueron Francia, Italia, Bélgica, Luxemburgo, Holanda y Alemania Occidental. En 1993, con la creación de la Comunidad Europea y, más tarde, con el tratado de Lisboa (2009) de la Unión Europea, la CE pasa a formar parte de esta. 

Esta Unión va a evitar no sólo los conflictos económicos entre las naciones europeas, sino que se proponía como una unión política, un destino común, una comunidad imaginada no ya en términos de los mármoles del soldado desconocido sino en el pertenecer político de una comunidad de sentido más amplia “el ser europeo”, cuya culminación política es el voto, en cualquier país europeo en el que alguien viva (al margen de si es nacido o no allí), no ya como ciudadano nacional, sino como ciudadano europeo. Y con los mismos derechos !!!. Da lo mismo si eres italiano, español o griego, y vives en Alemania puedes votar como un alemán, porque ya eres ciudadano de una comunidad, una comunidad de iguales. El viejo sueño de la Revolución Francesa llevada a lo supranacional.

Ahora bien, puedes votar como un alemán, pero eso no te convierte en uno, sobre todo, si en este momento de Coronavirus eres italiano. Entonces ahí sí, pues ¡muere como italiano!. La paradoja de la Unión Europea es que no ha podido articular una respuesta como comunidad al covid 19. 

Bueno, no ha podido es una forma de decir, pues los estados nacionales nunca se desarmaron, por el contrario, han vuelto a tomar mucha fuerza en esta emergencia, a tal punto, que no se cerraron las fronteras de Europa como comunidad, sino cada país a sus hermanos comunitarios. 

Los estados nacionales han sobrevivido aún al embate neoliberal que proponía un mundo abierto, con circulación irrestricta de mercancías y personas, y donde, en todo caso las negociaciones iban a ser interbloques. Ahora bien, en esta lógica las empresas fueron las primeras en globalizarse, sobre todo la de los países más fuertes de la UE, Francia y Alemania. Estas empresas, en algunos ramos, exportaron sus plantas de línea a países del oriente, entre ellos, China. 

Algo similar sucedió en los Estados Unidos, dónde se retuvo el control del I+D pero se exportó la manufactura, o al menos parte de ella a países cuya mano de obra e impuestos eran más baratos.

Pero el Estado siguió allí. El estado en tanto comunidad nacional devenido de la revolución francesa siguió siendo el eje de la vida de la mayoría de las personas y el espacio de soberanía del territorio. La disociación entre Estados y economía fue tan grande que una pandemia lo expuso de una manera más que interesante: Alemania no tenía barbijos porque se fabricaban en China. 

La pregunta entonces es, si el Estado tiene que ver, entre otras cosas, con el territorio, pero la economía se ha transformado en extraterritorial, ¿cómo se defiende de una amenaza una unidad política cuando ha perdido el gobierno de la economía? Arriesgando una primera tesis: estamos ante la caída de la globalización y la vuelta a los estados nación como unidades políticas, territoriales, económicas y soberanas.

¿La vuelta al Estado?

La crisis del mundo no es la crisis del capitalismo. Es la crisis de la globalización como árbitro de las diferencias políticas y económicas entre las naciones. Ya no puede haber circulación libre de personas y mercancías porque se ha quebrado el equilibrio de la posmodernidad, y el escenario de contienda requiere una vuelta al Estado. Concretamente, a la soberanía, lo que lleva indefectiblemente a la política.

De los 70´s a la fecha, el neoliberalismo sembró la idea de que el estado no debía existir más, que era un estorbo para los negocios. El relicto de un pasado nacionalista y bárbaro que generaba violencia y competencia entre naciones. Pero como las compañías no pueden gobernar directamente, sólo se dejaron en manos de la política aquellas funciones esenciales para mantener las unidades políticas nacionales. El resto, pasó a manos privadas.

Es decir, para competir con China, EE.UU. y Europa necesitan recuperar la política para domesticar a sus grupos económicos, más propensos a buscar rentabilidad del capital donde fuera por sobre los intereses nacionales. Porque el capital, si hay algo que no tiene es nacionalidad, al menos en los últimos 50 años.

¿Pero cómo lograr esto?, es decir, ¿cómo lograr someter al capital a la soberanía e interés de los estados nación más poderosos de la tierra? En informática (y mi conocimiento en este campo no es muy amplio) cuando un virus es muy difícil de destruir o ha infectado demasiado la computadora, o sencillamente cuando algo hace que nuestro sistema se vea comprometido se puede volver a un punto concreto del tiempo en el que dejamos un ancla. El sistema vuelve allí y borra todo aquello que se creó con posterioridad a esa ancla, incluso un virus.

Esto no implica que se va a borrar todo de un plumazo, sino que el ancla, el punto de retorno que conocen las naciones modernas es el estado, entendido como la realización de la política. La vuelta del estado no es ni más ni menos que la vuelta a la política. 

El problema es qué rol va a tener esa política en la nueva sociedad post-pandemia. En donde, previo a esta, la democracia como forma de gobierno “universal”, ya estaba en entredicho en muchos países occidentales. Sin ir muy lejos, basta mirar Latinoamérica, en donde el proceso de descontento afectaba tanto a países con gobiernos de derecha como progresistas.

Byung-Chul Han, por ejemplo, pone el énfasis en el Big Data como la razón del éxito del Estado Chino para afrontar la pandemia, a partir del uso de información personal en contrapartida de sacrificar la libertad individual de sus ciudadanos. Algo impensado en Occidente, para este autor, al menos hasta esta pandemia.

Ciertamente, cada estado va a empezar a rediscutir su rol a partir de las experiencias nacionales tanto históricas como las que surjan de esta pandemia. De seguro tendremos estados con mayor control de la población, incluso avalado por esta misma, dado que el miedo “al enemigo invisible” es lo suficientemente poderoso como para permitir la pérdida de un poco de libertad en función de conservar la vida. Un buen intercambio ¿No? Pero también habrá otros modelos de estado, y eso es lo que tiene que importarnos a nosotros en Argentina.

Así, es muy probable que los estados nacionales, vía la política, comiencen a disciplinar al capital, no para destruirlo, sino para fortalecerlo a partir de una disputa a nivel internacional que va a tener características distintas a las que existieron en las anteriores disputas inter imperialistas. Este argumento se basa en una tesis muy simple: si el estado no disciplina al capital, alineándolo con los intereses nacionales, no es posible encarar una guerra comercial entre occidente y oriente, y lo que quedaría, en cuyo caso, sería una salida militar, lo que a todas luces pareciera descartado.

¿Una guerra comercial?

Se ha hablado mucho este último tiempo de una guerra comercial sino-americana, la cual estarían ganando los chinos, según la opinión generalizada. Pero, sopesando un poco la situación del capital globalizado en el mundo, es necesario reflexionar sobre si realmente ha existido esta guerra comercial o si lo que hemos visto hasta el momento no es más que una guerra de liderazgo y posicionamiento entre EE.UU., Rusia, China y la Unión Europea, para el control de recursos estratégicos vinculados a las energías: sobre todo el petróleo, el gas y los recursos naturales.

El capital globalizado posee gran parte de su entramado productivo asentado en China o en países asiáticos. Quedando en sus países de origen la coordinación política de los negocios, la administración y las estructuras de diseño, innovación y desarrollo de productos (el famoso I+D).

En todo caso una guerra comercial hoy día se podría pensar entre las corporaciones occidentales y la República Popular China, pero eso sería luchar contra un tanque tirando piedras. Además, las corporaciones están más acostumbradas a las guerras de posiciones respecto a sus competidoras en el mercado que a una guerra en el sentido estricto de la palabra. 

China, a diferencia de EE.UU. y Europa ha ingresado en la economía mundial a partir de la cooperación pública – privada de su capitalismo. Un capitalismo nacional, con fuerte presencia del estado, porque no nos engañemos, China de comunista solo tiene el nombre. Su participación en el mercado depende de la división internacional del trabajo, y sus formas de organización de la producción, también.

La deuda norteamericana depende de China. Pero el gigante asiático depende de occidente para colocar sus mercancías. Digamos que tener una población de 1.500 millones de personas no implica que eso sea un mercado. Quienes si tienen un mercado son EE.UU., Europa y hasta ahí nomás, América Latina. 

Ciertamente el gigante asiático se ha tornado una potencia militar y económica, que no pasa desapercibida para el mundo. Pero aún no hay una guerra comercial, estamos más bien ante un ensayo, un preludio.

De hecho, a la fortaleza de China, a su capacidad productiva, se cerró rápidamente occidente. Desde el canal de la mancha hasta el estrecho de magallanes. Nada se vende, nada se compra. Sólo los estados aparecen como garantes de una estabilidad en tiempos de crisis.

Para una guerra (en sentido general, sea comercial o militar) se necesita que la competencia por los recursos sirva para algo más que los intereses de una compañía. Implican e implicaron en la historia el avance de unas unidades políticas por sobre otras, en función de controlar recursos que le permitieran la supervivencia como estado. Como una tercera y última tesis, podríamos decir que estamos en el preludio de una guerra comercial inter imperialista, para lo cual el reordenamiento de las relaciones políticas y económicas entre las naciones es crucial.

¿Y por casa como andamos?

Alberto Fernández explicando la situación del coronavirus en el país

Argentina tiene un panorama bastante difícil para el futuro, no sólo por la crisis económica que se va a hacer sentir con fuerza post pandemia, sino también por lo que se arrastra en materia de deuda externa que se ha heredado de la gestión anterior. Asimismo, es muy probable que estemos ante una concentración muy fuerte del capital, y una cuasi segura mayor extranjerización de la economía.

No obstante, tenemos una oportunidad histórica para defender nuestra soberanía. La lucha inter imperialista entre China, Rusia, EE.UU., Francia, Alemania e Inglaterra abrirá espacios nuevos para la negociación. 

Ciertamente en estos países también caminan hacia la concentración fenomenal del capital, y probablemente también, hacia una nacionalización de empresas en los ramos más afectados por la crisis económica o que resulten lo suficientemente estratégicos para que el estado se asocie con los privados (la industrial militar estadounidense es un buen ejemplo de esto). 

Argentina, entonces, tiene ante sí la posibilidad de defenderse a partir de considerar qué áreas son prioritarias para nuestro desarrollo, y empezar a recuperar una industria nacional, sea con el aporte público, privado o una asociación de capital mixto a lo China. Algo que ya se viene escuchando en muchos países europeos que están pensando en cómo nacionalizar las empresas que entren en crisis por la cuarentena.

El nuevo escenario nos va a encontrar con un mercado de la deuda externa muy reducido, con poca capacidad de financiamiento externo, porque, el “Plan Marshall”, de existir, no nos va a beneficiar a nosotros, a menos, claro está, que concedamos económicamente lo suficiente para ser un negocio rentable.

A modo de cierre

El mundo ha cambiado, y hoy más que nunca la lucha por los recursos va a ser implacable. Pero la guerra comercial aún no ha empezado. La pandemia del coronavirus es sólo el final de la belle epoque del neoliberalismo, y el asesinato de Soleimani es nuestro Francisco Fernando I.

Asistimos a un periodo histórico de cambio en donde lo que está en juego es mucho más que un problema sanitario. Estamos ante una transformación económica y política por un lado, y ante el preludio de un nuevo enfrentamiento inter imperialista, cuyo desenlace final aún no puede verse con claridad.

Las cartas están echadas, a comprar pochoclos que es lo único que nos permite hacer la cuarentena.