La pandemia ocasionada por el covid-19, ha traído aparejado el repensar y replantear todo tipo de prácticas y relaciones, pasando por aquellas que nos interpelan en lo personal, así como también en los espacios colectivos; con lo cual la educación y la escuela, no están exentas de ello.
Por Maximiliano Peluso
Si bien la escuela (como proyecto y como institución), la educación y las pedagogías, han estado en tensión desde hace décadas, pasando desde sus detractores hasta aquellxs que la ponen como eje central, fundamental y fundante de la sociedad, la educación y la escuela como espacio físico, no han tenido que afrontar una situación similar, que la obligue a repensar en una forma alternativa a su modalidad presencial.
Veníamos de pedagogxs y pedagogías, que cuestionaban expresamente la reformulación de la misma, planteando que la figura del docente había quedado obsoleta frente a la vorágine del avance tecnológico, pero la escuela no ha sido reemplazada como espacio físico central que nuclea la educación formal.
Hoy nos encontramos con nuestra primer experiencia masiva de educación formal virtual; donde la totalidad de las clases y niveles educativos, nos encontramos transitando cursadas virtuales, complementado además por material audio visual proporcionado por los medios de comunicación estatales.
El hecho de tener continuidad pedagógica a pesar de la situación de aislamiento social obligatorio, refloto diferentes problemáticas que existen en nuestra sociedad, no solo argentina sino también en otras sociedades de países afectados.
La gran profundización de la pobreza en los últimos años del macrismo, la falta de inversión en las cuestiones sociales como la educación, la eliminación de planes de justicia social como lo fue el “conectar igualdad”, (el cual parece implementarse, de forma distinta, sin ser sistematizado como una política estatal, o al menos no por el Estado nacional de los Estados Unidos, pero si por el Estado de Florida, el cual reparte laptop a lxs estudiantes que no poseen los medios para poder acceder a sus clases), sumado a la caída de los salarios reales y el poder adquisitivo de las clases populares, la brecha socioeconómica se ha cristalizado en la brecha de conectividad.
Miles de niños, niñas, niñes, adolescentes y adultxs que forman parte del sistema educativo, se ven hoy forzados abandonar sus cursadas, o transitarlas con limitaciones. La falta de acceso a internet, ya sea por no poder costearlos servicios o simplemente porque hay servidores que se niegan a prestarlo en algunas zonas en pleno siglo XXI, o por no tener las herramientas adecuadas como PC o celulares aptos para estas tareas, son algunas de las dificultades que presentan lxs estudiantes, sin mencionar la falta de alimentos, las preocupaciones por las situaciones laborales y salariales, las situaciones de violencia que se han intensificado ante el aislamiento, y las diferentes realidades que atraviesan a quienes deben además continuar con sus estudios.
La inexperiencia de transitar una situación de virtualidad total, evidencia la falta de estructura a nivel estatal para dar respuesta a esto. Docentes que no tuvieron, ni tienen capacitación para el armado de las aulas virtuales, desconocen, al igual que lxs estudiantes, el uso de las plataformas, la carencia de estas que sean propias del Estado Nacional, también por el desmantelamiento que han sufrido organismo como por ejemplo el INFoD, en los años anteriores.
A estas problemáticas materiales, debemos observar y analizar también las problemáticas teóricas que plantea la situación actual. ¿Cuantas herramientas pedagógicas/didácticas tenemos lxs docentes para afrontar la situación? ¿Cómo nos posicionamos ante este desafío que es la virtualidad?
Docentes y autoridades de algunas universidades, pero también así de otros niveles educativos, se posicionan y venden sus servicios como “business School”, no problematizan esta situación sino que se adecuan al paradigma de la innovación y la “excelencia”. Lejos de pensar en los problemas socioeconómicos, pregonan una capacitación de líderes y directivxs, bajos criterios de sincronicidad a la hora de dar clases, se centran en el diseño y la creatividad, aludiendo a la libertad que le proporcionan estos formatos a lxs individuos en cuanto al ritmo en que pueden llevar sus carreras. Son un modelo aislado del contexto social que vivimos, abstraídos de las realidades económicas, sin contemplar la coyuntura nacional, y suponiendo una homogeidad de oportunidades y condiciones, de forma casi violenta.
La virtualidad nos hace reflexionar sobre nuestra práctica y formas de enseñar. Si se sostiene por parte de ciertos paradigmas, que el vínculo interpersonal, ya sea con el docente como entre lxs estudiantes entre sí, facilita y fortalece la aprehensión de conocimiento, ¿Cómo resignificamos los espacios virtuales para que este vínculo pedagógico continúe? Si desde hace años aplicamos las pedagogías invisibles y disruptivas en el aula, ¿cómo las trasladamos a las plataformas virtuales para poder generar el extrañamiento de nuestrxs estudiantes? Si entendemos que las aulas son espacios heterogéneos, donde convergen diferentes realidades socioeconómicas y culturales, donde los movimientos sociales también son participes e interpelan nuestra relación educativa, ¿cómo nos posicionamos y trasladamos la teoría en una práctica distinta, sin caer en la homogenización y supresión de las mismas?
Es un desafío, no solo tecnológico/material, sino también pedagógico/didáctico poder mantener nuestro posicionamiento docente en un contexto distinto y adverso; poder tener en cuenta las dificultades de acceso y de información, hace que la utopía “innovadora” de la personalización educativa, de calidad y autónoma, se convierte en una especialización por carencia.
Lejos de estar cerca de su extinción, como algunxs vaticinaron, la escuela está en crisis, así como también lo están otras instituciones y prácticas cotidianas, pero es una crisis de la cual, se reformulara el proyecto social y político que la escuela encarna desde los inicios del Estado Moderno, una reconfiguración bajo ciertos interrogantes: ¿Cómo y para que educamos? ¿A que sujetxs educamos y para qué tipo de sociedad? ¿Cuál es el rol del Estado en este nuevo proyecto escuela? ¿Cómo hacemos de las nuevas tecnologías, que hoy son esenciales, un medio para el desarrollo educativo, y no un fin en sí mismas? ¿Cómo hacemos de esta nueva escuela, un espacio más democrático, y emancipador, sin caer en la omisión las particularidades? ¿Cómo hacemos, para que la educación inclusiva y de calidad no se convierta en una exclusiva y selectiva?
La única certeza que tenemos, es que la virtualidad marco un hito en el modelo educativo, y que se instaló de acá en adelante en nuestra estructura educativa; esta en nosotrxs como docentes y futrxs docentes, también hacernos estas preguntas y repensarnos como agentes políticos y transformadores, poder encarar y encarnan el proyecto de la escuela emancipadora, cerrando la escisión entre teoría y práctica, entre vinculo y virtualidad, superando las dicotomías que se nos presentan cuando se realiza un análisis reduccionista de la situación, para poner en ejercicio una verdadera filosofía de la praxis.
Debemos trabajar en la construcción de la otredad, en la implementación de las pedagogías de la ternura, donde podamos fomentar el deseo, que será el motor para el avance de nuestrxs estudiantes hacia la negación de lo dado y la creación de una superación, de una consciencia critica, que sea una herramienta para la interpelación de sus mundos; por medio de memoria y al estimulación de la misma, recogeremos las singularidades y la contendremos, aliviaremos el dolor de quienes sufren y resisten, para poder construir desde acá, desde una forma dinámica y no desde la exaltación de la individualidad, para desaprender y desapegarnos de las pedagogías gerencialitas, para pensar en nuevas pedagogías en las que podamos estar siendo.
El derecho a la educación, sin un rol de Estado presente, sin políticas públicas que acompañen, que contemplen las diferentes realidades, sin que se ponga en práctica la justicia social por medio de medidas concretas, que no genere odio entre las clases sino una solidaridad entre las clases populares, será entonces ese derecho solo una mera formalidad, una cascara vacía.