Por Héctor Gurvit
Clarín titula en el ángulo inferior derecho de su tapa: “Menem, el hedonista del poder”. Fui a la wiki para que me defina el término “hedonista” y dice: “es una doctrina moral que establece la satisfacción como fin superior y fundamento de la vida. Su principal objetivo consiste en la búsqueda del placer simple y natural que pueda asociarse con el bien evitando el dolor”.
No voy a enumerar las “cosas que hizo” en términos económicos, porque es larga la lista y está mas que difundida entre los medios afines a lo nacional y popular.
Coincido con Clarín, pero no como un mérito. Llevado por su goce, Urdió todo lo que en términos de la obra de teatro sugiere Terrenal de Mauricio Kartun: “que el placer del rico no es simplemente ser más rico, sino que el pobre no lo sea nunca” (escrito de memoria). Hizo de su mandato el medio por el cual lograr la forma más exquisita de la felicidad. Nombro algunos hechos, que recuerdo o que la televisión me permitió rememorar: el encuentro con los Rolling, jugar al básquet con Michael Jordan, reunirse con Michael Jackson, jugar al fútbol con Maradona, manejar una Ferrari 348tb, fotografiarse con Pelé, navegar con Scioli en su lancha campeona, jugar al tenis con Guillermo Vilas, practicar golf, codearse con las más rancias familias de la Argentina y almorzar con Mirta Legrand entre otras actividades que, según se interpreta, lo “llenaban de satisfacción”. Dice Madona, luego de un encuentro con Menem: “Me sorprendió cuánto me gustó” y agrega: “Me fui flotando. Su magia funcionó sobre mí”. Y en ocasiones, visitar a Grondona y a Neustadt, donde los elogios elevaban su ego y lo alentaban a seguir con su plan de autosatisfacción hedonista.
Un plan que, en oposición a su goce, dejó millones de desocupados, privatizó cientos de empresas estatales, se olvidó de los jubilados e indultó a los genocidas, como para nombrar solo algunos de los hechos que nos dejaron una triste herencia. Así construyó su godeo. Mientras él “evitaba el dolor”, miles de argentinos y argentinas vivían el más terrible de los pesares, estar desocupado y pasar hambre con el espectáculo de un presidente que gozaba, subido a un avión y sin paracaídas.