La santa anarquista

La fundadora del Movimiento de Trabajadores Católicos de Estados Unidos estuvo en prisión, sobrevivió a un aborto y debió criar sola a su hija. Fue una anarquista pacifista, declarada Sierva de Dios por Juan Pablo II. El Papa Francisco la puede canonizar.

POR LUCAS SCHAERER

“En estos tiempos en que las cuestiones sociales son tan importantes, no puedo dejar de nombrar a la Sierva de Dios Dorothy Day, fundadora del movimiento Catholic Worker. Su activismo social, su pasión por la justicia y la causa de los oprimidos estaban inspirados en el Evangelio, en su fe y en el ejemplo de los santos”. Cita textual del Papa Francisco en su discurso en el Congreso de los Estados Unidos, en el año 2015.

Ese mensaje fue un regalo del cielo para los continuadores de la obra de Dorothy, el Movimiento de Trabajadores Católicos que hoy sostiene, a lo largo Estados Unidos, más de 150 refugios para miles de descartados de la sociedad del hiperconsumo.

La propia casa donde vivió Dorothy es refugio de marginados que son recibidos por laicos de la comunidad de Nueva York, entre ellos un ex lobo financiero, un agente de la bolsa en Wall Street que hoy vive con voto de pobreza entre las personas sin techo y coordina las actividades en el lugar.

Day nació en 1897, en Nueva York, en un contexto de profunda pobreza. De padre periodista y madre ama de casa, no creció en una religión, pero siempre sintió cierta atracción por lo espiritual, al punto que reconoció haber sido “perseguida por Dios” en su infancia.

Su vida fue sencilla, cruzada siempre por una inclaudicable solidaridad con los descartados. En su pasión por la justicia social, escribió para periódicos socialistas. Su primera detención fue en una marcha por el voto de la mujer, lo que la llevó a pasar 10 días en huelga de hambre en la cárcel.

Durante este período, Dorothy frecuentaba a intelectuales de diversos ámbitos y quedó embarazada de un periodista, quien se negó a continuar su relación. Entonces Day se sometió a un aborto traumático. Luego, estuvo casada por poco tiempo y fue un biólogo el padre de su única hija, Tamar Theresa. “Tener un bebé” fue el título de un ensayo que escribió sobre la belleza de la vida, que fue publicado en periódicos socialistas de todo el mundo.

Ser madre la atrajo al Evangelio, lo que le interesó especialmente porque era la iglesia de los inmigrantes más pobres de Nueva York. En 1927 hizo bautizar a Tamar, un año después se unió a la iglesia y se separó de su pareja por no aceptar su conversión al catolicismo.

Tres años después, Dorothy cubrió una marcha del hambre en Washington para la revista católica Commonweal. Después de la movilización, el 8 de diciembre de 1932, cuenta la leyenda que oró en la cripta del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción, para que Dios le mostrara una manera de servir a los trabajadores y a los pobres. Cuando regresó a su departamento conoció a su mentor, Peter Maurin.

Esa amistad hizo que seis meses después, durante la Gran Depresión, Maurin y Day fundaran el periódico “Catholic Worker” con el objetivo de dar a conocer las enseñanzas sociales de la Iglesia Católica. El boletín comenzó con 2.500 ejemplares y llegó a 150 mil en 1936.

Seis años después de conocerse, Maurin y Day fundaron el Movimiento de Trabajadores Católicos, que se expandió a través de casas de hospitalidad, con comedores populares y refugio para pobres y voluntarios.

Pacifista, el movimiento provocó la ira de muchos estadounidenses por su negativa a apoyar la participación del país en la Segunda Guerra Mundial. Dorothy fue arrestada varias veces no solo durante el conflicto, sino también cuando se opuso a los simulacros de ataques aéreos nucleares de Nueva York. En aquel momento, la resistencia simbólica sumó a unos 2.000 manifestantes en abril de 1961. La ciudad debió abandonar los cuestionados simulacros.

Sus convicciones fueron tan firmes que incluso fue privada de la libertad a los 75 años en una manifestación en defensa de los derechos de los trabajadores agrícolas.

Day escribió un libro sobre su conversión y una autobiografía: “La larga soledad”. En la segunda parte del relato de su vida se concentra especialmente en Maurin, el mayor de sus mentores, un obrero que trabajaba con sus manos y que reflexionaba desde el Pueblo.

Maurin era anarquista desde la fe, no violento. Se trata de una calificación que Day se encargó de aclarar en varios pasajes de su libro. Para ella, lo importante era conocer a las personas, y no enfocarse ni limitarse por las definiciones literales de las palabras.

Porque tanto Dorothy como Peter creían en un anarquismo “personalista”, centrado en la persona y desde esa persona en un lugar, en un contexto, construyendo comunidad con los descartados.

Su adhesión a Jesús fue contradictoria para sus camaradas (“Amaba a la Iglesia no por mí misma; pues a menudo, era motivo de escándalo, sino porque hacía visible a Cristo”), aunque también descolocó a sectores acomodados de la Iglesia Católica, que no tardaron demasiado en acusarla de comunista.

No fue anti-clerical. Ella se escribía con obispos, curas y monjas. Sus tensiones fueron siempre dentro de la Iglesia, nunca hubo juegos de desobediencia o cisma. Dorothy Day nunca ocultó sus orígenes militantes y se reconoció como “católica enciclicista”, apoyada en la Doctrina Social de la Iglesia frente a una realidad injusta de hambre y miseria para el pueblo norteamericano, que encontró en ese catolicismo social una respuesta y una ayuda en sus luchas cotidianas.

La lectura de las encíclicas papales y las teorías de distribución inglesas la llevaron a soñar con “el mayor número posible de propietarios de los medios de producción”, de tal forma que pudiera ampliarse la distribución de la riqueza. Estas teorías, a través del movimiento de Day y Maurin, fueron aplicadas en decenas de comunidades rurales y cooperativas, que bajo la protección del movimiento obrero católico germinaron por todo Estados Unidos, en un inevitable paralelismo con el movimiento cooperativista en Mondragón, que fundó el sacerdote José María Arizmendiarrieta, en el País Vasco.

Fallecida el 29 de noviembre de 1980, esta activista, oblata benedictina y periodista sigue siendo un referente del catolicismo norteamericano.

Martha Hennessy, nieta de Dorothy y escritora, recuerda que las luchas de su abuela siguen en pie en el Movimiento del Trabajador Católico, donde siguen siendo perseguidos penalmente por oponerse a las guerras e invasiones de sus actuales gobiernos.

Day fue declarada sierva de Dios por San Juan Pablo II en 1996 y hace poco más de un mes, el Vaticano recibió 17 cajas de documentación, cuidadosamente atadas con cintas rojas y selladas con cera por el cardenal Timothy Dolan. Fueron 20 años de trabajo que se traducen en más de 50 mil páginas de artículos periodísticos y anotaciones en el diario de Day, obras de arte realizadas en su honor, un CD de música que la celebra y otros documentos. Incluso, también se incluye su archivo del FBI, que demuestra la “reputación de santidad” de Dorothy Day ante la Congregación para las Causas de los Santos. En la Santa Sede saben que la jerarquía eclesial estadounidense votó por unanimidad la canonización de la laica.

“El mayor desafío del día es cómo lograr una revolución del corazón, una revolución que tiene que comenzar con cada uno de nosotros. Mientras nuestros hermanos sufren, nosotros debemos sufrir con ellos. Si nuestros trabajos no contribuyen al bien común, roguemos a Dios por la gracia de abandonarlos. Todos deberían poder colocar su trabajo en la categoría de las obras de Misericordia. Esto excluiría los trabajos en publicidad, que sólo aumentan los deseos inútiles de la gente, y en las compañías de seguros y los bancos, que se sabe que explotan a los pobres de este país y de otros. Cualquier cosa que haya contribuido a la miseria y la degradación de los pobres puede considerarse un mal trabajo y no debe trabajarse en él”, escribió Dorothy Day. Sin dudas, se trata de un pronunciamiento categórico de parte de una luchadora que vivió en solidaridad con los pobres y basó su proceder en la enseñanza social católica.

Day sigue  siendo un desafío para muchos creyentes, incluido un clero que debería examinar su relación con el dinero y el poder.

Fuente: Telam