El primer balneario de la Costa Atlántica está recuperando una iglesia del pueblo, que sufre las injusticias sociales de la periferia y sueña con profundizar la espiritualidad en los jóvenes.
Por Lucas Schaerer
Mundo Marino es emblema de San Clemente. Desde hace años arriban más los micros en las puertas del oceanario, pegado al sencillo puerto de pescadores artesanales, que a la terminal de la primera localidad de la Costa Atlántica. La atracción de la única orca en cautiverio de América del Sur creó la mayor empresa local y centro de poder de la zona.
Sin embargo, la fe estuvo primero. Su nombre lo demuestra. San Clemente Romano, obispo de Roma y tercer sucesor de San Pedro, lleva el nombre de la localidad de extensas playas que une las aguas dulces y marrones del Río de la Plata, con las bravas olas de agua salada.
Julio Aguiar, párroco de la iglesia San Clemente Romano, fue designado hace un par de años en esta localidad por el obispo Carlos Malfa. Desde entonces puso la iglesia en salida siguiendo los lineamientos del magisterio del Papa Francisco que enfoca la misión en las periferias sociales y existenciales. Por ello que en la semana de la Fiesta Patronal ya realizó misas en el centro de jubilados, como en el Refugio de asistencia canina “Chichos”, en el hospital local, en un centro cultural solidario, y la adoración del santísimo sacramento con concierto de guitarra en la parroquia.
El momento más emotivo fue este jueves 17, por la mañana, en la periferia, y con los jóvenes. En la zona del Puerto y barrio “San Martín”, zona norte de la ciudad donde vive la fuerza de trabajo de la temporada de verano; allí, desde hace 54 años, las familias pueden enviar a sus hijos a la escuela parroquial Ceferino Namuncura. Rodeados de grandes eucaliptos, refugio de cotorras, unos cincuenta chicos de nivel primario participaron de la misa que celebró el cura Aguiar. Fue una misa interactuada. Uno de los estudiantes respondió una pregunta con la palabra clave: “capilla”. Porque la comunidad parroquial aceptó la iniciativa del Movimiento Misioneros se Francisco, de construir junto a la escuela, la casa de Dios. “Así como ustedes tienen aulas para estudiar y una casa para vivir en familia. Dios quiere un lugar para el encuentro con ustedes los estudiantes, para las familias de estas barriadas y para todos los visitantes que pasan por aquí (es una zona transitada por el camino de ingreso a la Reserva Ecológica y las termas)”, dijo el sacerdote.
La misa terminó con los chicos caminando con un estandarte de San Francisco de Asís y Santa Clara de un lado, y Ceferino del otro, y con cruces en las manos (realizados artesanalmente por vecinas) yendo a la esquina del predio de la escuela rodeada de perfumados eucaliptos. Allí el cura volcó agua bendita, mostró el ladrillo bendecido que va iniciar la construcción de la casa de Dios y se rezaron un Padre Nuestro con un Ave María para hacer realidad el sueño de una capilla de puertas abiertas, que llevará el nombre de Ceferino Namuncura.
No tomaron protagonismo pero son claves en el proceso de la iglesia en salida. El matrimonio militante, Ángel “Lito” Borello miembro de Misioneros de Francisco, el grupo de laicos nacidos al calor de los movimientos populares que sienten en el Papa una guía espiritual-política, y Carina Maloberti, secretaria general de ATE-SENASA. Ellos no eligieron el centro. Fueron a la periferia donde viven los pescadores artesanales, quienes salen de a dos o tres con pequeñas embarcaciones en busca de exquisitas y baratas lisas o corvinas negras, que conviven entre grandes terrenos donde pastorean caballos que son de ayuda para la movilidad familiar y labores cotidianas. Fueron “Lito” y Carina que hace un año impulsaron “FOGATA-Cuidadores y Cuidadoras de la Casa Común” en un predio frente a los inmensos médanos de la Reserva de Punta Rasa. Allí han recibido a estudiantes secundarios católicos y miembros de los movimientos populares que alrededor de un fogón como lugar de encuentro, escucha y lectura de la encíclica Laudato Si, y sobrevuelan la agenda de lo urgente.
En San Clemente la abundancia de la creación brota por todos lados. También la desigualdad en el reparto de bienes. Al final de la misa, en la escuela, escucho a una maestra decir: “a mis alumnos les duele la panza. No por comer mal. Sino porque pasan días sin comer”. La otra docente, de ojos muy achinados y color celeste, confesó que han llevado comida en el confinamiento de la pandemia a las casas de sus alumnos. “No podemos sostenerlo con nuestros sueldos, ¿qué más podemos hacer?”, le decían a “Lito” y Carina. Las otras necesidades vienen de la directora de la escuela. Virginia me contó que están con un aula a medio terminar, ya que con las peñas y kermés recaudan para pagar los materiales. En total más de 120 chicos. Tienen sólo tres aulas. A la mañana van los cursos más grandes (4º, 5º y 6º) y a la tarde 1º, 2º y 3º. Al lado tienen el jardín de infantes que se activa por la tarde con 90 niños mås. La escuela tiene 100 por ciento de subvención y sólo 60 familias pueden pagar la cuota. Algunos sueldos de docentes (plástica y gimnasia) como de los 13 auxiliares deben cubrirlo. Sólo Dios sabe el ingenio económico para conducir una escuela de la periferia de la Costa.
El primer balneario de la Costa une extremos. Por un lado hace honor al santo romano y añ Tuyú que es una palabra de origen guaraní, que significa arcilla, lodo, barro. Este mestizaje sigue en nuestros tiempos en San Clemente. La forma de águila como se construyó la ciudad es una señal. El pueblo fiel de Dios quiere volar. De lo mundano a lo espiritual con más bautismos y comuniones sin olvidar el grito de los pobres y el clamor de la Madre Tierra.