En su última etapa y por amistad con el Papa Francisco la líder de las Madres de Plaza de Mayo volvió a creer en Dios, los santos y las Vírgenes.
Por Lucas Schaerer
“Con Francisco recuperé la fe”. Una confesión que Hebe de Bonafini hizo a Eduardo Valdés, en ese momento en su rol de conductor de un programa en la radio de las Madres AM 530. “Fue una relación muy linda, cariñosa, que a mí me hizo mucho bien. Yo había perdido la fe completamente” continuaba Hebe para explicar que la amistad con Jorge Mario Bergoglio convertido en Papa había sido central para su regreso a Dios. Un giro de la líder de los derechos humanos inesperado, que pocos creían posible sobre todo con el ex arzobispo porteño a quien le había tomado la Catedral en el año 2002 para clamar por los chicos pobres y había insultado por los medios.
“Con nuestra relación vuelvo a la fe, tan necesaria en momentos tan duros que nos toca vivir” y remata con una frase que podría ser una cita bíblica: “sin fe no se puede vivir”. Hebe además se sentía interpelada por el santo pueblo fiel de Dios. “Veo gente muy pobre, pobre, sin nada, que va a ver determinadas Vírgenes, o Santos, la gente va agradecer. Entonces caramba, quien soy yo para no creer”. Valdés indaga un poco más y la deja a Hebe pensando, ella de respuestas siempre inmediatas, lapidarias, se queda pensando, no tiene una definición precisa para responder sobre el sentimiento de volver a la fe. “Mirá…no se cómo decirte” pero termina explicando Hebe que todas las noches conversa con sus hijos desaparecidos por el Terrorismo de Estado. “Una locura mía. Agregas a Jesús, Vírgenes, recuperar la fe. Mirá que me han engañado, estafado”, y el 31 de mayo, en la histórica sede de Madres frente a la Plaza de los Dos Congresos, en el último reportaje de Hebe cara a cara con un periodista completó esa definición asegurando que la fe “te ayuda a pensar las cosas de otra manera. A mí me ayudó a cuestionarme quién soy para no tener fe”.
Hebe de Bonafini fue una mujer enardecida, temible, tremenda, justiciera y arrebatada por la pasión de luchar por los derechos humanos de los más pobres. Una indómita. Que incomodo a todos. Propios y lejanos. La recuerdo en Plaza de Mayo empuñando su brazo en alto y dejar de fondo que sonara la Internacional. “Arriba los pobres del mundo. Ni esclavos, ni dueños habrá. La tierra será el paraíso. Patria de la humanidad”. No conocía este himno. Era un joven que salía al mundo con curiosidad. Entonces en la sede de Madres de la calle Hipólito Irigoyen a penas cruzabas la puerta decenas de revistas, diarios, boletines y folletos de diversos grupos se exponían gratis o a voluntad. La revista Las Locas en ese momento la editaba Vicente Zito Lema. Me hundía en la lectura.
Hebe no solo molestaba a los poderosos. No solo era rebelde con los imperialistas y tejía amistades con Fidel, Chávez, Subcomandante Marcos, Lula, Evo Morales, o ponderaba a la ETA, la FARC y el atentado contra las Torres Gemelas. Hebe era indomable hacia adentro. En la dirigencia, en la militancia y en los organismos de derechos humanos. De Kika, su apodo del barrio como ama de casa, a luchadora contra la dictadura. Luego a la izquierda. Asumiendo la lucha revolucionaria marxista de sus hijos y parada allí se enfrentaba junto a las Madres a la represión asesina del gobierno de la Alianza que encabezó Fernando De La Rúa. Ese 20 de diciembre al mediodía el dramático relato de Quique Pesoa en Radio Ciudad me eyectó de la casa de mis viejos. Con mi hermano y mi primo Tomás nos fuimos en colectivo al centro. Queríamos defender a las Madres que estaban siendo castigadas con la montada de la Policía Federal. Días después a estas viejas queridas las veía en la Casa Rosada junto al efímero presidente puntano Adolfo Rodríguez Saá. Hebe llegaba de a poco al movimiento justicialista y crujía su alianza con la militancia de izquierda. Con el patagónico Néstor Kirchner y Cristina Fernández salta definitivamente a engrosas el movimiento nacional y popular que fundó el general y tres veces presidente, Juan Perón.
El jueves pasado en Plaza de Mayo fueron enterradas las cenizas de la indómita. En el escenario escuchaba que el cura Paco Olveira predicó con una fe liberadora. Luego en la ronda encabezada por las Madres estaba el sacerdote y conductor de un programa en Radio 10. Juan Carlos Molina empujaba y guiaba a una de las Madres en silla de ruedas. La ronda seguía alrededor de la Plaza. A los lejos veo la imagen de una Virgen de Luján en un altarcito móvil, típico de los peregrinos. Una veintena de jóvenes con remeras y paraguas azules del Sindicato de los Empleados de Comercio. Sorpresivo porque integran la juventud que se referencia en el histórico dirigente Armando Cavalieri. Uno de ellos mantenía sus brazos extendidos. Sostenía con sus manos un cuadro con una foto de Hebe con el pañuelo blanco sentada junto al hombre de blanco. Muchas mujeres y hombres besaban el vidrio donde estaba enmarcada la imagen que ilustra este artículo.
Hebe terminó creyente. Volvió a la fe que le habían quitado la hipocresía y la complicidad de los obispos durante la dictadura militar y los gobiernos neoliberales. Volvió por Bergoglio. Él trabajo esa reconciliación en el año de la Misericordia. Mandó obispos, pasajes y la recibió dos horas y media en su residencia comunitaria en el Vaticano llamada Santa Marta. Luego siguió dedicando tiempo. Con llamados y cartas. Hasta en su despedida el Papa no dejó lugar a dudas. No jugó a medias. Se entregó del todo por la figura de Hebe y las “madres de la memoria”. La reivindicó como pocos. No fue un mensaje políticamente correcto, una formalidad. Fue jugado. Hebe “supo transformar su vida, como ustedes, marcada por el dolor de sus hijos e hijas desparecidos, en una búsqueda incansable por la defensa de los derechos de los más marginados e invisibilizados”, remarcó Francisco en su carta de despedida. Además, agregó: “Recuerdo, en el encuentro que tuvimos en el Vaticano, la pasión que me transmitía por querer darle voz a quiénes no la tenían”.
Hebe partió a la Casa del Señor en una fecha especial para el catolicismo, en Cristo Rey. Hebe me había dicho que su hijo Jorge había desapareció junto a un cura por militar en un barrio pobre de La Plata. Efectivamente su hijo y nuera se habían sumado a la tarea social de Federico Bacchini, el párroco de Cristo Rey, que luego se casó y fue amenazado por el entonces arzobispo de La Plata, Antonio Plaza, por no abandonar la ciudad junto a su esposa.
Hebe la indómita. Hebe que murió sin morir. Su luz que se hizo carne en nosotros. Charly García y el Flaco Spinetta lo vieron. Los convertidos, los que volvimos a creer por las acciones de Bergoglio/Francisco como ella lo llamaba, rezamos, rezamos, rezamos, por vos.